domingo, 4 de octubre de 2009

EL FUNERAL DE MIS DÍAS

A menudo me crecen los días

bajo los párpados.

Los cierro entonces con fuerza para asesinarlos

y hacerlos así de la medida

que realmente soporta mi corazón,

pero sólo consigo que palidezcan,

como palidecen las hierbas que crecen

privadas de la luz del sol.

Los ojos de mis tristes días

son abiertas tumbas

a las que caen silenciosas y fantasmales

miles de siluetas dormidas

de mí dormido alrededor.

Miro a uno y a otro lado indiferente,

busco nada, pero todo está lleno,

terriblemente lleno de objetos

que no quiero ver

pero que veo,

y a los que rehúyo

sin poder olvidar que están ahí,

que lo van a estar para siempre

al margen de mi voluntad

y para un fin que no alcanzo a comprender.

Y es que mis párpados

que debieran ser de piedra,

son sólo negros retales de un leve tul

que viste mis horas de un luto que no consuela

ni a los amaneceres tristes

ni a las que aún están por entristecer.

Pobres ojos, tumbas abiertas,

custodiadas por unos párpados

que no son siquiera escondites,

que son sólo etéreas sombras

que me permiten velar

esas tristes jornadas

que llenan de sombras mi corazón.

Y soñar, paradójica bendición,

soñar tanto, que a menudo,

me menguan las albas y crecen las penas,

las penas que son estas mis tristes fechas.

Jornadas del finito universo de mi corazón cansado,

en el que los párpados

son liviana tierra bajo la que germinan mis horas,

raquíticas y blanquecinas,

como la esperanza,

la esperanza de mi corazón dormido

al final de unos ojos,

donde descansan unos sobre otros,

los cadáveres de todos mis días.