jueves, 29 de diciembre de 2011

MUERTE Y RESURRECCIÓN


Afirma el poeta John Donne“…La muerte de cualquier hombre me disminuye…”. Sabía reflexión, pues, es cierto, la muerte de un hombre supone siempre una derrota para la raza humana tanto en lo cuantitativo como en lo cualitativo, no en vano nos merma física y psicológicamente.
No obstante, entiendo que la máxima rige sólo para aquellas personas que se baten en los ámbitos de la singularidad y como tal no derrotan a nadie que no sean ellos mismos. Hablo de esos millones de hombres y mujeres que enfrentan la vida a expensas de sus propias fuerzas y capacidades, sin renunciar por ello a relacionarse y promocionarse tanto social como laboralmente.
Pero qué pensar cuando el fallecido en un ser que ha disminuido a millones de hombres hasta el extremo de hacerlos danzar al ritmo de su voluntad. ¿Está en este caso justificado llorar su pérdida?, ¿o deberíamos por el contrario alegrarnos y afirmar que con su muerte ganamos todos? En la nada descabellada idea de que su ausencia posibilita que esos seres sometidos a su autoritaria voluntad puedan crecer y evolucionar para pasar de no contar en el desdén de sus días a ser esenciales en su indiscutible singularidad e irrepetibles en su libertad, y como tal merecedores de ser tenidos en cuenta a la hora de esa terrible merma que hace gemir a la humanidad.
El presidente norcoreano Kim Jong-Il se ha caracterizado por imponer a sus conciudadanos, a través del mutismo a que conduce la militarización, el peor de los silencios, ese que ordena almacenando sin miramiento, ese que encadena sin respeto, ese que anula conciencias como si fuesen meras apetencias. Consiguiendo que éstos evolucionen en su expresión humana como un todo sin márgenes definidos en ninguno de los ámbitos en que se debiera resolver su existencia, como si de un banco de peces se tratase, o acaso sólo aterrorizadas manadas ñus o cebras huyendo del depredador.
A esta aberrante e injustificable situación sólo se puede llegar mediante un proceso masivo de alienación, tendente a idiotizar a todo un pueblo hasta el punto de que se crea que has podido leer y escribir 18.000 libros, que son los que dicho dictador se atribuye. A este respecto deberíamos atenernos a aquella ingeniosa afirmación de Émile Faguet, biógrafo de G.Flaubert, en la crítica de su obra “Bouvard y Pecuchet”, y que dice así: “Si uno se obstina en leer desde el punto de vista de un hombre que lee sin entender, en muy poco tiempo se logra no entender absolutamente nada y ser obtuso por cuenta propia.” Qué duda cabe que el tirano lo ha conseguido con creces, lástima que no haya sido por cuenta propia sino de su pueblo. Pero no nos engañemos, él no es ni el crítico Faguet, ni tampoco ninguno de esos dos entrañables personajes en que apoya Flaubert su obra sobre la simpleza del hombre, y de los que en un momento se apiada escribiendo: “Entonces se desarrolló en su espíritu una facultad molesta, como era la de reconocer la estupidez y no poder ya soportarla”. Frase que les redime de toda culpa y los catapulta a un grado de conciencia lógico y consustancial con su esencia. Sin embargo, Kim Jong-Il no ha hecho otra cosa que agrandar la infecunda sombra de la estupidez, es más, ha sabido hacer de ella el motor de su existencia y la de su pueblo.
Pero no sólo fue inmoderado en el área de las letras, sino que como todo dictador de este corte, es decir, uno más entre esos que habiendo atisbado en un golpe de lucidez la apremiante necesidad de terminar con dios, caen fatuos en la tentación de suplantarlo, mostrándose providenciales y proveedores en todos los órdenes de la vida de sus pueblos. De ahí la tentación de controlar a su antojo el clima, la de multiplicar los panes y los peces, la de convertir el agua en vino y la de rediseñar especies como la vaca enana o el conejo gigante, en un desmedido afán por proveer a su pueblo en aras de una más sistemática y malvada desprovisión.
De todos modos no buscan ser dioses por el vicio de serlo sino por el afán de usurparlo allí donde aflora la idolatría y el sibaritismo de que hace gala cualquiera de ellos, sea por su imperativo o por la libre interpretación que de él hacen las empresas, léase iglesias, encargadas de gestionarlos. De ahí que este dios menor, fuese aficionado a la langosta, al caviar y al coñac de 650 dólares la botella. Y cómo no, a rodearse de una vasta iconografía con la que emborronar: hogares, plazas, calles y despachos.
Lejos de la ironía habita la cruel realidad de una sociedad encarcelada tras el rostro barrote de este ser sin escrúpulos que no ha sabido gobernar a su país sino esclavizarlo. La esclavitud ni podría ni debería ser considerada jamás como una forma de gobierno, sino como lo que es, una forma de tiranía que no merece perdón. Sin embargo, la diplomacia ordena honrarlo como a un presidente de gobierno para vergüenza de ella y de la humanidad.
Mientras haya países granja, donde el ser humano carezca de valor, qué valor le cabe a la humanidad en su conjunto. Sólo cuando la valía en el derecho y la libertad de todos y cada uno de los hombres de la tierra sea la referencia de la pérdida y no la de su muerte, habremos podido dotar de sentido la frase de J. Donne. Porque la muerte no nos extravía sino que nos retoma, sin embargo la privación del elemental derecho a existir conforme a nuestras convicciones y creencias sí que nos pierde en nosotros y en eso que de nosotros hay en los demás.
No alcanzo a comprender, me digo, como un hombre puede llegar a ser tan estúpido como para creerse dios, o sencillamente dejarse tratar como a un dios. Lo digo sabiendo que me estoy mintiendo, porque sé que es su maldad y la de todos aquellos que lo rodean y se aprovechan de él y su régimen de terror quien lo hace. Pero aún así me niego a creerlo, porque me es más fácil pensar que hay alguien tan simple como para creerse poseedor de virtudes que le hace merecedor de esa perversa suerte.
Cabe pues preguntarse y me pregunto, ¿por quién doblan en este caso las campanas?, porque no lo hacen por mí, ni, a mi juicio, por nadie que merezca el dolor de ese esencial tañer. Cesen, por tanto, de doblar, pues no celebramos la certeza de una muerte sino la posibilidad de una resurrección.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

LA PATITA DE AMAIUR


Amaiur despega en su regreso a las elecciones consiguiendo la nada desdeñable cifra de siete diputados, realidad que suscita el lógico recelo en el seno de la sociedad española, porque, para qué engañarnos, no son siete hombres y mujeres dispuestos a arrimar el hombro en la gobernabilidad del Estado, sino que viajan al Congreso de los Diputados con la clara intención de romperlo, de forzar su salida, en una palabra, vienen con la clara intención de recordarnos días tras día que quieren abandonarlo. Tan contradictoria escenificación es netamente consustancial con el espíritu democrático en el que, como es lógico, han de tener cabida todas las opiniones y todas las reivindicaciones que se realicen dentro de los cauces que marca el Estado de Derecho.

El independentismo vasco está de nuevo en la casa de todos para recordarnos que no quiere estar y eso ha de celebrarse en lo formal y lamentar en lo esencial, en lo que demanda el sentido común y la propia realidad de la que vienen, no en vano representan las aspiraciones de una banda terrorista que ha cometido centenares de crímenes y producido inmensos estragos materiales y morales tanto a los propios vascos como al resto de los ciudadanos de España.

Entiendo que su presencia es, por más que repugne que lo hace, indispensable en el panorama político y también dentro de las instituciones, porque sólo así podrá comenzar a visualizarse lo que esconde, lo que en definitiva representa, en una palabra, su valía política en el ámbito de la gestión de los problemas de sus ciudadanos. Porque una cosa es destruir y desestabilizar y otra gestionar y dar estabilidad.

Su credo es elemental en extremo, conseguir la independencia del País Vasco, segregación en la que cifran ellos toda esperanza de un ser que, como el bálsamo de fierabrás, sea la solución de todos los problemas de esa tierra. En esa reivindicación vuelcan todo su talento político, toda su capacidad de gobierno. Pero de todos es sabido que la permanente disconformidad conduce a la melancolía, peor aún, a la monomanía, y muy especialmente cuando detrás de ella deje de alentar la bestia sin alma de la organización terrorista que la avala y de algún modo maldito, tutela.

El día que acudan desnudos de otra voluntad que la suya, libre de esa que les convierte en ilegales dueños y señores de vidas y haciendas, se verán en la exacta medida de lo que son y de lo que representan, porque será entonces cuando serán tratados como iguales en el dispar y a menudo injusto ámbito de la gobernabilidad. Cuando se le exija que cuantifiquen en bienes tangibles su teoría patria, esa sobre la que ahora gira despreocupada su andanza política. Esa que defendería hasta un niño, con hechuras de pataleta, dispuesta siempre a hallar en el estado un elemento desestabilizador y como tal culpable de todos sus males.

Las reivindicaciones de esta formación política, como otras del mismo corte, aunque no misma calaña, son tan elementales y faltas de contenido que se tornan atractivas en la medida en que consiguen trasladar a los ciudadanos que las votan la idea de que la consecución de un supuesto derecho a decidir y una decisión independentista les redimiría de todos sus problemas. Idea que ha reforzado el mismo sistema y dentro de él el Estado, al permitirles en el juego democrático de mayorías y minorías que cobren por apoyar u oponerse a determinadas leyes o propuestas del gobierno de turno. En un acto que puede ser legal, pero que no es en absoluto legítimo, por lo que entraña de burla al fondo ideológico que dicen representar. Y lo que es peor, convierte la gobernabilidad en un acto de mercadeo, en el que prima el beneficio a la razón, el egoísmo a la generosidad que demanda la convivencia y la solidaridad a la indiferencia más absoluta hacia los demás.

Frente a ellos aplaudo sin reservas la mayoría absoluta del PP, igual que si fuese del PSOE, en la medida en que les permite tomar las decisiones que hayan de tomar en plena libertad de decisión, sin tener que verlas sometidas al peaje de partidos regionalistas. Es cierto, que ello empobrece la democracia, al privar de voz o capacidad de decisión a un importante número de ciudadanos que eligieron otra opción política. Pero como he dicho, esa premisa sólo se cumple frente a los partidos que defienden desde su particularidad una política común para todos los españoles. Es más, esos que no ponen a su apoyo otro precio que el de ver cumplidas sus exigencias ideológicas, votando en sentido positivo aquellas leyes o decisiones compatibles con el espíritu de su pensamiento político. Y no para éstos que sólo piensan en ellos, y que no dudan en apoyar decisiones de gobierno que deberían repugnarles, sin con ello consiguen un precio económico, una compensación con la que presentarse ante su pueblo como auténticos benefactores. Y así son y han sido celebrados por todos aquellos que ven en el acto un legítimo comportamiento de redención y restitución de unos bienes supuestamente arrebatados.

La mentira de la deuda histórica ha recorrido la piel de España en todas direcciones, y está, mal que nos pese, en el origen de muchos de los males que nos aquejan y que hemos de resolver. Porque nadie debe nada a nadie, sino que todos nos debemos hoy aquí y ahora a la realidad que nos ha tocado vivir, porque es así como se forma algo más importante que la historia, me refiero al día a día de los hombres y mujeres que no esperamos otra cosa que nos permitan vivir dentro de unas condiciones de dignidad y respeto. Hombres y mujeres que son patria y nación sin necesidad de vivir en la permanente obsesión de reivindicarlo de continuo, en el convencimiento de que tales sentimientos no tienen por sí mismos otro valor que aquel que en ese ámbito queramos concederles. Porque lejos de ellos el mundo se mueve bajo unas férreas directrices económicas y políticas que no entienden sino del valor que como individuos y estado atesoramos.

Esa realidad economicista no es buena, lo sé, pero la suya no es mejor, porque no está en el esfuerzo de cambiarla sino en el prehistórico afán de retomarse en el inicio de este maldito juego, en el que buscan deliberadamente confundir nación con estado, que es tanto como confundir la realidad con el sueño. Porque es el estado y no la nación quien marca el progreso y la salud democrática de una sociedad.


martes, 13 de diciembre de 2011

EL MILAGRO DE IÑAKI


El Excmo. Sr. Urdangarín, duque consorte, ha tenido la suerte de que se le tornara rentable su altruista y no lucrativo Instituto Nóos. La beneficencia de los magníficos es dada a esa suerte de milagros, de tal modo que el filántropo y su socio y amigo, se vieron un día arrastrados por la buena estrella de los vientos favorables hacia una senda de millonarias colaboraciones institucionales. Beneficios que ellos han sabido encauzar en la buena dirección, a fin, entiendo, de que cuando se produzca la necesidad social para que fue concebida la entidad no sólo puedan restituir lo ingresado sino también los intereses obtenidos.

Ocurre que en ese tránsito ha hecho acto de presencia la policía y ha denunciado como delictuosa tal práctica. Antojándosele, en el juego calidad precio, abultados los costes y sospechosas las salidas caribeñas de los euros percibidos.

A Iñaki se le pagaba por su estar en lo adquirido de su ser ducal y no por su saber elemental. Extraña, eso sí, que tan aventajado visitador del “Rincón del Vago” en busca de informes que endosar, no se percatase de la imaginativa formula que utilizan en la red los magos de la reventa, publicitándose en los siguientes términos: “Vendo informe deforme y copiado y regalo flemática presencia para actos académicos, entreactos políticos y saraos sociales”. De ese modo podría haber cobrado con todos los parabienes legales la cantidad que su generoso talante demandase.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

EL SASTRECILLO VALIENTE


Sr. Rajoy, el siempre veleidoso destino (adverso a juzgar por las hambrientas telarañas que guarda la caja) le ha nombrado sastrecillo mayor del reino. Le ha elegido para que tijera en mano pode la soberbia del despilfarro institucional y corte un traje a la medida de la depauperada hacienda española. Ese va ser su oficio, esa su inexcusable vocación de gobierno.

Las medidas que se han de adoptar no admiten, es cierto, ni demoras, ni debilidades. Han de ser además de duras, serias, profundas y creíbles. A aquellos que nos prestan sólo se les va a conformar y convencer por la vía de demostrarles fehacientemente que vamos a devolverles el dinero prestado más los intereses pactados. O por la de no tener la imperiosa necesidad de que nos financien con la premura y en las desfavorables circunstancias que ahora lo hacen, y que propician que puedan gobernarnos a su antojo.

Esta Ud. legitimado por la fuerza de los votos recibidos para llevar adelante las reformas necesarias. Sufragios que son fiel reflejo de una voluntad nítidamente expresada en las urnas. Como gustamos decir, ellas han hablado y han revelado que es voluntad mayoritaria que sea Ud. y su partido los encargados de gestionar las graves secuelas de la crisis.

No obstante, para recortar en la poca tela de una ciudadanía casi desnuda y rascar algo en unas arcas vacías, se necesita un plus de legitimidad, a mi juicio, indispensable, el que le confiere el ejemplo. Ese que sólo le puede otorgar el grado de ejemplaridad que Ud. y los demás miembros del gobierno y partido sean capaces de transmitirnos a la hora de abordar tan ardua tarea.

Debería ganar, sin demora, legitimidad en ese espacio para ser además de proverbial esencialmente honesto. Y juzgo, para ello, que ha de comenzar por desmontar esa absurda y malvada teoría que pone el acento de la culpa de los males que nos aquejan en el supuesto de que la ciudadanía en su conjunto ha vivido muy por encima de sus posibilidades. Idea expresada en esa frase y de la que se hacen eco y repiten como papagayos los políticos y sus analistas como si de una verdad indiscutible se tratase, cuando no lo es. Y no lo es porque, de todos es sabido, que las posibilidades económicas del común de los ciudadanos no nacen a su antojo, sino de un precario equilibrio entre los arruinados rudimentos de un sindicalismo deslustrado por unos derechos laborales fenecidos, frente a una siempre fuerte y bien organizada patronal, por lo que se hace difícil vivir sino es dentro de lo estrictamente posible. Y en todo caso, los ciudadanos han vivido durante todos estos años de gobiernos PP y PSOE conforme a la situación económica que se daba y a la visión que sus gestores le transmitían. Y si éstos le mentían, lo lógico es que recaiga la culpa sobre ellos. Y si los bancos en su desmedido afán de enriquecimiento les prestaban cantidades astronómicas para la compra de una vivienda que no valía ni la mitad, y además le facilitaban un plus para comprar objetos de consumo: vehículos o muebles, la culpa era de los bancos. Y es que no se puede olvidar que eran ellos quienes manejaban datos fidedignos sobre la marcha de la economía a medio y largo plazo. Que eran ellos los que valoraban la situación económica de las familias que se hipotecaban. Y lo más sangrante, ellos quienes hacían finalmente la valoración de la propiedad, a través de agencias de peritación, eso sí, a cargo del deudor. No se puede, por tanto, culpar a quien se fio del sistema en toda su amplitud, y se ve ahora abocado al desahucio y la ruina más absoluta.

La segunda pata cierta de esta mentira, es la de los políticos. Porque han sido Uds., y lo sabe, quienes de verdad han vivido y gestionado muy por encima de las posibilidades reales del País. Uds. quienes han inflado hasta lo inadmisible el aparato administrativo tanto en el ámbito patrimonial como en el humano. Uds. quienes han triplicado sus gastos suntuarios, asesores, sueldos, dietas y demás prebendas. Uds. los que se han embarcado en obras faraónicas e innecesarias, al sólo objeto de ganar la simpatía de sus votantes. Prueba de ellos son los polideportivos sin deportistas, los aeropuertos sin aviones, las estaciones de AVE sin viajeros, las universidades sin estudiantes… Han sido Uds. los que han engañado al pueblo induciéndole la perversa idea de que íbamos a la cabeza de Europa, cuando aún estábamos recibiendo ayudas para el desarrollo. Uds. los que no han dudado en dar por buena y viable toda reivindicación sin atender a su utilidad, confundiendo en la conciencia social del pueblo la obligación solidaria del conjunto con el capricho del colectivo. Uds. los que han dado subvenciones para causas y organizaciones con la única condición de que les fuesen dóciles y afines. Uds. los que han avivado los egoísmos interterritoriales. Uds. los que no han dudado en comprar a precio de oro el apoyo parlamentario para sacar adelante no sólo esas políticas más o menos necesarias, sino en muchos casos la mera ocurrencia ideológica. Uds. los que han cogido ese dinero obtenido de la corruptela a la que algunos llaman responsabilidad institucional y la han gastado en la primera idiotez que les ha venido al magín. Uds. los que han montado mastodónticos y ruinosos y aparatos de propaganda a expensas del pueblo y de la credibilidad de los profesionales que los gestionan.

El ciudadano español sólo es culpable, que no es poco, de no tener una conciencia clara del Estado como instrumento capaz de dar respuesta efectiva a nuestras necesidades. Culpable de admitir la economía sumergida. De defraudar sin sentido de culpa a la hacienda pública. De haber admitido indolente que los gobiernos les regalasen dinero o le subvencione por actos tan íntimos y particulares como puede ser la paternidad. Culpable de no haber sabido entender que Uds. sólo son fieles a sus personales intereses y a los de sus partidos, y que se les ha de demandar fidelidad sólo en lo concerniente a su conciencia y al mandato democrático recibido.

Y esta culpa a la que aludo, nace de la mano de un Estado que por el momento no le ha sabido trasladar la limpia idea de que está a su servicio. De que no es una burda entelequia institucional podrida hasta el tuétano por los enjuagues políticos. Obre Ud. el sencillo milagro de devolverle la credibilidad a tan alta y medular institución.

Sea valiente señor Rajoy, comience por entonar el mea culpa, por las suyas y por las de los demás. De ejemplo, ejemplarice, y exija después al pueblo lo que el pueblo no le podrá negar.

domingo, 13 de noviembre de 2011

A TRAVÉS DEL PAPEL

Paseando por una calle de nuestra capital (pudo ser por la de cualquier otro pueblo o ciudad todas se disfrazan igual para este carnaval de voluntades susceptibles de levar) me detuve bajo el rojo cartel electoral del PSOE, donde, al lado de la consigna: “Pelea por lo quieres”, se ve al candidato Alfredo Pérez Rubalcaba en una postura que me lleva a imaginarlo como un viejo pescador. La felina mirada firmemente clavada en el horizonte plano del agua. En el juego de manos, mientras que con la izquierda templa el sedal, sujeta firme con la derecha la caña, en esa actitud propia del que sabe que el pez ha picado, pero que no ha de precipitarse la captura, que se ha de esperar, que se impone sopesar su tamaño y también su fuerza, en la plena conciencia de que tal ligereza sólo le puede llevar a la fatal ruptura de la tanza y el consiguiente fracaso de la pieza no cobrada.

Esa misma impronta me traslada de inmediato al literario mundo de Ernest Hemingway, consumado cazador, y más concretamente a su relato “El Viejo y el Mar”. Es cierto que el personaje de nuestra historia no representa al agotado marinero, pescador sin suerte, en la medida en que Alfredo viene de un mundo donde puede que el pescado esté todo vendido, pero está, es más, se podría decir que aún es, a día de hoy, el amo de la lonja y también de la suerte de de peces y pescadores. Pero no me negarán que él como Santiago, el protagonista de tan magnífica obra, se visualiza abandonado no sólo de sus compañeros en el duro faenar de los días de gobierno, sino también de su joven amigo de pesca, ese que añora ser sexador de nubes sobre el largo azul del cielo de León.

Digamos, por no hablar de maquiavélicos cálculos, que ha sabido caer desgracia, a juzgar por su infinita soledad en el tabernario juego electoral. Prueba de ello es que se ha de hacer a esta particular marea en compañía de los viejos y fantasmales camaradas de antiguos gobiernos, a los que ya sólo parece ver él. Débiles y lejanas sombras chinescas que se recortan al fondo de un horizonte afortunadamente ya superado. Anacrónicos, sin ambages, en el actual panorama político. Y que aún así no duda en pilotar la vieja barca hasta ese límite sin horizonte que admite la más reciente y elemental memoria. Hasta ese lugar en donde advirtió Cernuda que “habita el olvido”. Y una vez allí, lejos de cualquier evocación de su actual gestión en la tarea de gobierno, y desnudo de otro recuerdo que su nombre y su sombra, ancla la nave y dispone los aparejos: sedales, anzuelos, carnada…, para la que se presenta como una dura y larga jornada de pesca.

Quizá sueña mientras lo hace con ser joven, con no ser el viejo Alfredo, sino el joven Alfredo. A la par que le reprocha a la suerte el no haberlo buscado en otro tiempo y en otro espacio más propicio. Pero, para que engañarse, nadie sabe mejor que él que los momentos no siempre se eligen, que por lo general son ellos quienes lo hacen. Como sabe también que los hombres que nacieron para bregar en la sombra, y él lo hizo, sólo disponen de la deslucida estrella que el duro trabajo les tatúa sobre la piel. Y él es un humilde “paleta” de la política. Un hombre del aparato, sin más carisma que aquel que le otorga el levantarse cada mañana atento a la misión encomendada por ese líder carismático y estrellado hasta el cielo del paladar, con el que finalmente se ha de estrellar en la ardua tarea de alicatarlo de credibilidad.

Aún no ha tocado el agua el anzuelo convenientemente cebado, y ya se le hace presente la certeza de la captura, es por ello que cuando la siente morder no se muestra inquieto, ni se apresura a tirar del sedal, y menos aún a mover el carrete. Y no lo hace porque sabe que el enorme pez que se ha enganchado, no es sino esa fabulosa pieza amiga que ha de saber conducir intacta a puerto.

Se sacude inquieta la captura en el desasosiego de su ideología, tal vez traicionada, tal vez sólo conmovida por la posibilidad de la derrota. Se agita cada vez más nerviosa y percibe Alfredo bajo sus pies el indescriptible peso de su poder, no en vano, son diez millones de votantes, la exacta suma del capital humano de su partido. Se ha de mostrar por tanto cauto, no se trata de romper el círculo maldito de la anunciado derrota, ni diluir la amarga sombra del pérfido fracaso. Su misión no es tampoco la de deslumbrar a sus competidores sino la de hacerles saber que es capaz de llevar buen puerto ese capital humano, esa humana esperanza.

Sabe que el camino es largo, tanto como los peligros que lo acechan. Que unos y otros van a tratar, por todos los medios a su alcance, de ir devorando su patrimonio, debilitando así sus fuerzas y con ellas la ocasión de conseguir ese puesto de pescador mayor del reino para el que se postula.

La calle se desangra en el mar de calles que la escoltan ciudad adentro, y en todas ellas navega al viento el candidato dispuesto a no claudicar, a no dejarse derrotar, a conducir a seguro ese trofeo que le avala y distingue ante sí y ante el partido.

Unos pasos más allá me topo con un otoñal Rajoy, en estado de eterna espera, y entrado ya, por mor de necios afeites y enjuagues estéticos, en esa deslustrada rebeldía que emerge de ese artificial remozamiento que nos aboca necesariamente a ser reos de una madurez mal llevada y una vejez mal entendida. En su cara de eterno sorprendido, luce una mueca de hastío traspasado de melancolía, irónica sonrisa de gaviota parada en el azul sin cielo del cartel de su partido. La propia del buen opositor que es y que siempre ha sido. Dispuesto, como no, a registrar a su nombre y sin mayor aspaviento la inmensa ruina que nos ronda y que con tan profesional aseo y humana disciplina ha ido pormenorizando día tras día en el libro de asientos de parlamento y en los asentados medios de comunicación.

Buscando en él paralelismos literarios me evoca ese eterno hombre del casino provinciano del que habló Machado. Ese que viste su cara de vacío allí donde no es capaz de llegar ni aún la diestra mano del retocador de turno.

Rajoy espera, el viejo pescador desespera, ¿qué podemos esperar los peces de este mar pescados ya antes de picar? Quizá sólo que el papel mienta. Pero el papel tirita al viento su infinita indiferencia. Y el voto, nos guste o no, no es sino un papel tachado de nombres sin rostro, sin espacio, al fin, para imaginar.