lunes, 17 de enero de 2011

EL ASCUA Y LA SARDINA



Arrimar el ascua a la sardina, ese es el mandato de la clase dirigente para la solidaridad en tiempos de crisis, y también para el reproche.

Ascua y sardina que son el pueblo, que somos todos. Se hace, por tanto, difícil creer que puedan existir discrepancias a la hora de prestarse a ser ascua en el esfuerzo de remediar los desajustes presupuestarios.

Misteriosa tarea que realizan sin misterio cientos de familias todos los días en función de sus gastos e ingresos. Sin embargo, cuando ese ajuste se hace necesario en el seno de la sociedad, comienza el drama, y es que se hace público lo que en la familia es privado, el hecho de que nadie quiere ser el ascua sino la sardina. Para así asarse al calor del esfuerzo y el sacrifico de los demás. Porque eso es el ascua, el fuego de la fuerza del trabajo y el sacrificio puestos a disposición de esa sardina que encarna el bien común, en una palabra, no ya el equilibrio del presupuesto sino el que éste sea posible.

La solidaridad no es, por tanto, sino cordura, la más elemental, la de la supervivencia, y es que por más que lo neguemos en una sociedad moderna e industrializada ha de haber necesariamente ascuas y sardinas en el punto donde se fragua si queremos que sea sólida y creíble, y no sólo posible.

Otra cosa son los turnos a la hora del reparto de papeles. Y otra aún más terrible los tiburones y su carnada, me temo que para éstos siempre el ascua y siempre también la sardina.

lunes, 3 de enero de 2011

EL DERECHO Y EL TERROR



La condición humana y los inalienables derechos que ésta nos confiere son superiores a nuestros actos. Esa es la referencia veraz que ha de guiarnos tanto en lo individual como en lo colectivo a la hora de ejercer como sociedad nuestro legítimo derecho de defensa frente a esos que no sólo vulneran las normas legales de convivencia, sino que ofenden a otros hombres en esa esencia y en el primero y más elemental de esos derechos, el de la vida.

En este inviolable ámbito no cabe permitir no ya espacios sino la más leve sombra de impunidad, porque lo que en ello está en juego son valores que siendo personales e intransferible en cada uno de nosotros nos trascienden y se prolongan en todos los demás.

La tentación de despojar de esa jerarquía a aquellos hombres que como los terroristas no los respetan, debe quedar conjurada por la inquebrantable fortaleza de nuestro carácter no sólo democrático sino, humano. La humanidad lo es por sí misma, la legalidad, sin embargo, lo es en la medida en que es capaz de reconocerla y respetarla en toda su extensión. La primera no necesita por tanto ser demostrada, la segunda sí.

Si hubo torturas durante la detención de terroristas de ETA por parte de miembros de la Guardia Civil, se han de enjuiciar con arreglo a nuestras normas jurídicas. El prestigio de la Institución y el buen hacer de sus miembros viene abalado por su trayectoria en la lucha contra todas las formas de delincuencia.