miércoles, 31 de agosto de 2011

RECUÉRDAME QUE TE RECUERDE


“¡Papa!, ¿dónde apunto que no tenemos dinero?” “En el libro de familia, hijo, ¿dónde sino?” “¿Y en qué hoja? papa, ¿en la tuya, en la de la mama, o en las nuestras?” “En las pastas hijo. Y con las mismas te vas a la tienda y pides que te fíen lo necesario para fundamentar un guiso. Y si te recuerdan que no tenemos guita, le enseñas el libro para que vean que los tenemos presente y apuntado.”

La anécdota bien podría ilustrar el acontecer de nuestra política económica y nuestros “económicos” políticos, afanados en buscar memoria para un recado que no cabe olvidar, porque respira como un huracán en las largas colas del paro, en el vivo dolor de los desahuciados, en la conciencias de los que viven de la caridad que no de la solidaridad…En fin, que es una realidad de la que no faltan testimonios. Y es justamente esa contumacia suya en la visibilidad, pese a los titánicos esfuerzos del gobierno por ocultarla y la oposición por explicarla, la que nos lleva a percibir como una burla este absurdo de fijar un techo de gasto cuando subsistimos de prestado.

Podían apuntarlo en el calendario, otro clásico en el quehacer de desmemoriados, pero ahí ya lo apunta el devastador devenir de tan tristes días. Se ha de hacer, por tanto, en un libro sin márgenes, donde quepa todo cuanto se quiera apuntar a fin de olvidar sin mala conciencia, y ese es la Constitución. Pero ojo al dislate, que en este caso tal asiento lo exige el tendero.

domingo, 28 de agosto de 2011

EL RUIDO Y LA FURIA


Se ha ido el Papa, también los “Antipapa”. Se ha hecho el silencio y en él propicia la reflexión en aras de buscar entender de una vez y para siempre el sin sentido de la divinización del hombre por el hombre. También el horror que debería producirnos la lamentable necesidad de buscar fortalecer y guarecer nuestras más íntimas creencias y carencias en el grupo, en el rebaño, bajo la severa égida de un pastor.

La maldad del Papa no va más allá de la de cualquier otro líder social, incluyendo a esos que dicen no pretender adoctrinar en ninguna fe o aglutinar bajo ninguna marca, y es que todos, desde el momento en que permiten la reverencia de los demás hombres no están sino socavando el espíritu de su esencia, disminuyéndolos en lo esencial, ajusticiándolos en su singularidad para convertirlos en meros reflejos sobre la pulida superficie del líder.

Esto que digo vale para laicos y religiosos, para ateos y creyentes, para asistentes y oficiantes... Porque todos sin excepción estamos sobrados de fanatismo y faltos de tolerancia. Basta hojear u ojear, oír o desoír el acontecer noticiable de estos días en que se han celebrado las Jornadas Mundiales de la Juventud para entender la necesidad que tenemos de retomarnos lejos del ruido y la furia. Ese ruido y esa furia tristemente capaces de definir la vida, tal como afirma el grave y profundo pensamiento de Shakespeare en Macbeth, cuando dice: “La vida es una sombra… Una historia contada por un necio, llena de ruido y furia, que nada significa”. Cuánta razón le asiste y cuánto nos enseña ese sabio razonar no tanto de la vida como de la condición humana en la ardua y a la vez sencilla tarea de ejercer ese primer derecho, esa inexcusable responsabilidad.

La vida es asombrosa pero jamás una sombra, como tampoco el hombre puede ser eternamente ese idiota que la va gritando lleno de furia y de ruido, sino de ese ser capaz de llenarla de voz y sosiego lejos de la historia y muy cerca de él. Pero cómo no caer en la tentación de vocearla, de comercializarla, de hacerla valer en los demás y a menudo sobre los demás. Cómo no ceder a esa perversa inclinación, e imaginar que sólo la nuestra es merecedora de llamarse vida. Pese a saber, porque lo sabemos, que cada uno dispone de la suya y cada una de ellas define un ser indescifrable y hermoso en el sólo acto de ejercerla. Otra cosa son las miserias con que la enturbiamos, otras las ruindades con las que la ofendernos.

La furia, el rencor y también el odio nace a menudo de esa voluntad entregada y traicionada, lógico y comprensible, lo que no lo es de ningún modo es que nos neguemos a entender que el error no estuvo tanto en el traidor como en la traición del ofrecimiento. Que fuimos nosotros quienes voluntariamente ofrendamos sin derecho ni razón nuestras vidas y sus atributos a alguien para que nos la gestionara lejos de nuestro compromiso, y que un día las tuvimos que retomarlas en la encrucijada de tener que soportar la afrenta por el camino de hacerla necesaria y hermosa, tanto como para buscar imponérsela a los demás. O recogerlas y vestírnoslas ultrajadas y manoseadas para vivirlas, en lo que les reste, maldiciéndolas con el resentimiento que sentimos hacia esos que así las trataron, por no hacerlo con nosotros.

La vida nos pertenece, es nuestra única hacienda, y en ese cuidado debemos tratarla como el bien más preciado de que disponemos. Y no hay cuidado en ir dejándola abandonada en las estaciones de una existencia que rige el mercadeo y el desprecio, en la medida en que nos empeñamos en comerciar con ella y en ese comercio despreciarla.

Las causas justas no nos reclaman la vida, tampoco la necesitan, porque no se nutre su sana naturaleza de carencias sino de pertenencias, ni hallan propicia para su causa la debilidad sino la fortaleza. Son las causas injustas las que necesitan de esa ruindad. Esas, digo, que no buscan llamarnos sino congregarnos sin idea, como quien amontona áridos o bestias, para que el espejo de la masa nos refleje sin forma en una idea que no es la nuestra.

La adoración no justifica vida ni define existencia, sino que denigra a una y maldice a la otra, o viceversa. Hemos pues de desterrarla de una y de la otra, para retomarnos en nosotros mismos y desde esa natural posición ofrecernos a los demás sanos y enteros de carne y espíritu. Libres de otra intromisión que no sea esa a que nos convoca nuestra propia debilidad, nuestra íntima indolencia, nuestra natural inclinación hacia el egoísmo. Exentos, digo, de otra culpa que no sea la nuestra y por la que hemos de responder en nuestro nombre. Sólo así seremos magnánimos y capaces del perdón y de perdonarnos, porque nadie conoce mejor el efecto que aquel que es también causa.

La educación en valores no nos obliga a infravalorarnos sino a crecer en esa idea que nos llama a comprometernos con notros mismos para que no quepa en el compromiso la menor sospecha del adiestramiento sino que brille certera la severa disciplina de la convicción.

No busco comparar ruidos, ni equipararlos, y es que no se trata de ¨Papa si Papa no¨, sino de vivir sin negarnos en la vital afirmación de reivindicarnos en todos y cada uno de los actos de nuestras vidas. Y el hacerlo bajo la sombra de un líder no lo es, como tampoco lo es buscar liderazgo bajo la falsa luz de una rebelión que no pasa de algarada. Que absurdo proceso mental nos lleva a pensar que es peor el Papa que el Antipapa, es que no son acaso ambos ramas de un mismo tronco.

El hombre es dios, exista o no exista éste, porque, mal que nos pese y no debería pesarnos más allá de la lógica turbación que produce vivir, nada poseemos que no sea esa vital certeza. Lejos de ella no habita sino la sombra de una redención imposible y la ilusa posibilidad de un paraíso, glosados ambos, estos sí, por cientos de idiotas llenos de ruido y furia.

lunes, 22 de agosto de 2011

ALEGATO DE DOMINGO


“No sabiendo los oficios los haremos con respecto”, afirma el Poeta, sutiliza de la que debería gozar J. Mourinho, el entrenador que jamás jugó. Hacerlo en la estrategia no admite comparación con hacerlo en el campo, nada tiene que ver el saber que nos da el estudio con el conocer que nace de la práctica. El general que no ha sido soldado sabe de la guerra y la batalla pero no del combate. En ese saber anda Mourinho, en el de la astucia, la pericia, la mera apariencia, en lo que sabe del fútbol, otra cosa no hizo, de ahí que no sea capaz de entender este deporte pese a que lo sepa todo de él. Y es que lo que le falta a su razón de entrenador es ese corazón capaz de interpretar el sentido épico que lo rodea, esa aureola heroica que no marchita la derrota sino la indignidad de no saberla aceptar. El siempre distinguido alegato de haberte vaciado en el esfuerzo, de haberlo puesto todo en el empeño. El ser, en definitiva, que inflama la nobleza de competir a la nada a que conduce la ruindad de la renuncia.

Aprender de la derrota es esencial, pero eso Mourinho no lo sabe, él sólo sabe ganar porque en su cabeza la victoria se plantea como un problema de algebra, al margen de las variables a que aboca la disputa, donde además de fortaleza y destreza suma el azar.

El Real Madrid necesita un entrenador que conozca y sepa de fútbol para que desde ese ser completo les devuelva el orgullo en la derrota y la humildad en la victoria.

viernes, 19 de agosto de 2011

DE PASTORES Y REBAÑOS


En las entrañas del hombre se acantona profundo y milenario un mineral de diamantina dureza, se le conoce como: incertidumbre, necesidad de trascender, angustia existencial al fin. Ese es el inagotable recurso que gestionan las iglesias sobre la falacia de estar en posesión de esa divinidad capaz de darle forma a través de la fe.

No pudiendo pues vivir sin dios me gustaría que fuese sin dominio, ni sede, libre y en medida y a la medida de cada uno de nosotros y de nuestras fragilidades. Pero nos resultan más creíbles esos dioses capaces de constituirse en multinacionales de la fe.

No me gustan los pastores, ni los rebaños, ni los dioses, ni que tenga utilidad económica tan ingenua necesidad, pero sobre qué se funda toda industria, y ésta lo es, sino sobre las debilidades y apetencias del hombre.

La iglesia católica es a día de hoy un club privado, censurable en sus dislates morales y plausible en sus aciertos sociales. Cabe, por tanto, preguntarse a qué intereses obedece el furibundo ataque a que está siendo sometida. Cómo cabe desconfiar que tras él se esconden otros pastores reclamando sus ovejas, sin que conozcamos el talante de su dios ni la calaña de su fe. O quizá sí sepamos de ellos y de su utilería espiritual. Sí, quizás sean esos mismos que habiendo sido llamados para gobernar nuestras cotidianas necesidades han cedido a la tentación de asaltar el baluarte de esa última fortaleza a la que llamamos conciencia.

José Romero P.Seguín.