Días atrás M. A. Cañete, cesta de pesca y morral de agricultura del
gobierno, no confundir con Chanquete (preservemos el mito). Alcanzó a atisbar
la perversa ecuación hambre-excedentes, revelación que hizo pública en clave de
ocurrencia, recomendando el consumo de productos caducados.
La FAO, lejos de enojarse, se descolgó aconsejando explorar el consumo
de insectos para paliar el hambre en el mundo. Su peso institucional concita
cierto respeto y la idea se percibe cargada de sentido común. Los insectos por diversos
y numerosos suponen una fuente inagotable de alimentos. Además, no caducan. Pero
a poco que profundices te das cuenta de lo absurdo de la situación, y es que desechamos
miles de toneladas de alimentos por no reunir los criterios de calidad exigidos,
y lo que es aún más grave, por cuestiones de estrategia de mercado. Alimentos
que constituyen un auténtico problema medioambiental. La proliferación de grandes
basureros amenaza con sepultarnos. No es, por tanto, razonable dejarlos pudrir
a no ser que la perversa idea sea poder luego cazar y cocinar las moscas, coleópteros
y demás bichos que se crían en ellos.
La esperanza es una boca desnutrida, porque la FAO no es sino una
sucesión de Cañetes en el seno de la colmena zángana de la ONU. Yogures
cumplidos y pelear hormigas para la fritanga nuestra de cada día, ya ves, lo que
a ellos se les antoja innovador es en otros, cuando no necesidad vital, frugal cultura.