domingo, 1 de diciembre de 2013

“CONCERTINA”

La concertina es un instrumento musical, paradójicamente, de la familia de los de lengüeta libre. En fin, música que en el viento suena a  alegre celebración. Sin embargo, a las que hago referencia no son de esa bondadosa naturaleza, son por el contrario malas bocas que muerde sin piedad a esos hombres y mujeres que, en la fatal creencia de ser marea alta de un océano de razón y justicia, se lanzan sobre ellas a desprecio de sus vidas. Las cuchillas abren en la carne profundas heridas de posible cosido y debilidades en el alma imposibles de remendar, no en vano socaban lo que les resta de confianza en lo humano, en la humanidad, porque no lo es tratarlos como si fuesen animales en estampida.
Pero la impiedad tiene, como todas, su propia música en los telediarios donde las de acero se tornan instrumentos de lengüeta libre, y es que se habla de ellas con tan musical suerte y certera equidistancia que producen náuseas de inocencia. Son solo navajas que brillan en la cotidiana gresca de los grupos políticos, pasto de asociaciones de derechos, cuestiones sobre las que cabe discutir y crear brillantes discursos.
 Duele, no lo niego, pero solo hasta ese punto en el que pasas de sus terribles efectos a la pasarela de moda de París y de ella a la última ocurrencia en la red de redes y de esta a las bondades de esa exitosa música a la que le han puesto grupo. A partir de ahí, todo es sonata para concertina y buena conciencia.

“ETA S.A”

El terrorista no es un revolucionario sino un sicario porque la estrategia de su organización no pasa por un cambio social sino por secuestrar a la sociedad y prolongar esa situación en el tiempo. Para ese criminal equilibrio despliega una actividad netamente mafiosa y rentable, estratégicamente representada y publicitada. 
 Mientras que el revolucionario busca cambiar el sistema social y para ello necesita una acción rápida y decidida que le permita lograr su objetivo sin pudrir el ideal que lo inspira. Para el terrorista el ideario no es sino el libro de instrucciones que da a la ciudadanía para que conozca sus reglas y las respete, con el aseo, eso sí, de toda cuanta chatarra utópica e ideológica tenga a su alrededor. Pero dejando clara en su fondo intimidatorio la advertencia de que aquel que no lo siga correrá la misma suerte que sus víctimas. 
Al perverso manual añade todo la fanfarria social que es capaz reunir en la calle: agitadores, pintadas, pancartas..., publicidad de su fiereza, porque en todas busca expresarse feroz.

Y ya en el sumun de la brutalidad y como colofón a su criminal quehacer se muestra brutal en el asesinato, cuanto más cruel y más llamativo mejor. De hecho, ETA acostumbra a rematar a las víctimas que tirotea, pese a saberlas más que muertas. Ese disparo último no es para ellas, sino para la sociedad ante la que escenifica, diciéndoles en esa bala: “Veis lo que le hago pues lo mismo os haré.”

UNIVERSOS RAYUELA

Hay días en los que parece obligado hablar de todo hasta que adviertes que todo está manchado de palabras, palabreado como vulgar calderilla, cuando no lo es. Huyendo de esa dolorosa certeza busco referirme a esa nada que lo habita todo, pero también ella ha sido ruin e indolentemente pronunciada. En el desconsuelo de esa clave me pongo otoñal y digo ¿qué puedo hacer? Soy la fragilidad del hombre en medio del universo, hijo de la fatalidad, un juguete del destino. Miento y lo sé, los universos se tocan, porque no son ni únicos ni infinitos, son por el contrario múltiples hasta lo infinito e infinitos en lo múltiple. Solo el hombre lo cree así porque se niega a reconocerse en ese universo que es y en el que vuela libre su voluntad. Quiere ser uno y finito frente al infinito universo para no tener así que dar cuentas infinitas e infinitamente personales de nada. 
Somos responsables en lo individual y en lo colectivo, pero cómo asumirlo. Es otoño y las hojas caen finitas y las finitas calles se cuajan de símbolos infinitos y podemos respirar melancolía sin sentirnos culpables de nada de lo que ocurre, porque en todos lados, buscamos creer, nos acecha el hado de un universo inescrutable único e infinito. 


Horacio, el protagonista de “Rayuela” de Cortázar, no busca a la Maga, fía esa urgencia a una fuerza superior, a la natural atracción de los universos. Solo en esta apetencia nuestra, casual y frágil cabe la inocencia

TV ANATÓMICAS

Las televisiones autonómicas paradójicamente no gozan de autonomía, claro que no fueron creadas para ser autónomas y aún menos para ser comunes. Su concepción de lo general se fundamenta en el mero entretenimiento, en ser entre horas entretenidas, reservando lo sustancial para los particulares intereses del partido en el poder.
Es por eso que entre Gayoso y Pemán se abre un espacio que el gobierno hace suyo: explicando proyectos, expresando certezas, dejando entrever dudas,  justificando errores, denunciando a la oposición y desacreditando las que esta formula en su contra. Un tiempo nodal, del Nodo de “Paco”, el de toda la vida, pero en versión moderna.
 Entre Pemán y Gayoso, el mal tiempo y la buena cara, se abre un espacio de cruda realidad que ellos buscan hacer, sino creíble, sí a su medida.
Xabarín enternece, el histriónico “superpiñeiro” anima, lo sabemos, pero evitemos sentimentalismos, estas TV no son sino un diente más en el engranaje de impunidad que han ido urdiendo los gobiernos autonómicos a fin de protegerse en todos los ámbitos, motivo por el que merecerían su inmediato cierre. Pero no solo hay en este asunto contenidos y continente, hay rehenes, los trabajadores, por ellos duele y por ellos se defiende una programación que nos entretiene y programa más allá de lo democráticamente saludable.

TV autonómicas, dicen, anatómicas digo, basta ver lo cómodos que se sienten en ellas consejeros y presidentes.

LA HERÁLDICA DEL HUMILDE

La heráldica marca la gesta heroica de una estirpe, trazando el mapa de una memoria casi indestructible por su capacidad de trascender, de grabarse a fuego y sangre en las paredes en favor de un simbolismo cuajado de arcanos difíciles de descifrar. A partir de ahí la conducta de sus descendientes no hará perder al escudo el brillo que produce la fascinación del poder y la gloria, aún los más deplorables.

Sin embargo, los blasones de aquellos hombres y mujeres que nacieron a la vida por el túnel del esfuerzo y ya no lo abandonaron, que surcaron mares en busca de fortuna de la mano de una garlopa y un martillo, que cortaron caña de azúcar en Camagüey. Y regresaron un día derrotados, que no vencidos, y en prueba de esa fe se retomaron en la gleba de su patria, para ir tatuando sobre ella y su piel el escudo de sus apellidos. A esos, paradójicamente, parece que no les debemos memoria, la suya se torna frágil y quebradiza a poco de haber perdido su lugar en este mundo. Y todo lo que fueron, también su primoroso escudo de sangre y sudor, es vendido en sucia almoneda, como si no fuese nada, acaso una traza de roña que hay que lavar para sentirse de verdad libres y capaces. Obviando que lo poco o mucho que somos es por ellos y su ejemplo. Y que cuando nos deshacemos de sus pertenencias y malbaratamos su bienes no estamos sino haciéndolo con nosotros mismo, en el tránsito de la heráldica del humilde a la merma del miserable.

“LA IMPORTANCIA DE LLAMARSE INÉS”

Como si de animal de explotación avícola se tratase el sexador penal toma al ser humano devenido en criminal o víctima y lo clasifica según su utilidad en reciclable o desechable. 
En su condición de narrador omnisciente elabora entorno al primero un discurso que en el descabellado afán de explicar de modo brillante todo el abanico de posibilidades de sus actos llega a ser capaz  sino de exculparlo si de justificarlo. Al él se suma el dudoso argumentario legal y la fascinación general que produce el crimen.
Mientras la víctima deja de ser ese fulgurante polo de indignación y escándalo que es de inicio para convertirse en un estorbo. Rompe el hilo discursivo en defensa del criminal y duele sin margen para lucirse en la explicación de tan natural reacción.  Urge, por tanto, desmemoriarla y para ello qué mejor que orillarla con cierto aseo y si se pone pesada exigiendo justicia, se le desprestigia: “la justicia no es venganza”, “nosotros no somos como ellos”…
Y  es que por más que lo disimulemos la víctima es incómoda en la medida en que entraña un fracaso, mientras que el fracaso del criminal supone un reto, el de devolverlo al rebaño, algo que si se consigue aún en la mera apariencia nos llena de un orgullo rayano al de los dioses creadores.

El sexador penal, por tanto, no atempera sino que exaspera en la medida en que se suma a la afrenta en favor del ofensor y no del ofendido. De ahí la importancia de llamarse asesino.

EL SER Y EL SON

Qué son esos hombres y mujeres que huyen de sus naciones dejando atrás sus señas “identitarias?” ¿Qué son para nosotros, atentos ombligos de esa suerte de alfarería“psicoticonaciopatriotica”? 
Observándolos desatentos de las que son hoy virtudes cardinales de nuestro ser cultural, político, social y emotivo se nos antojan poca cosa. Sin embargo, representan la humanidad en la medida en que esta se hace carne y alma en cada uno de ellos. Eso son una vez que se aventuran en busca de un lugar donde ser humanamente posibles. Un lugaren el que su condición valga cuando menos el elemental respeto del que aquí disfrutamos.  Humanidad que grita al hombre pleno en la desnudez a que le somete verse desposeído de sus atributos culturales y sociales. Al hombre que lo es porque así lo dicta su condición y así se puede constatar en el solo hecho de mirarlo, abrazarlo y sentirlo en el alma de la piel. Un hombre sin papeles y sin identidad vive a expensas de su humana singularidad.

Podemos, por tanto, afirmar que la humanidad naufraga y fenece en Lampedusa o en el Estrecho y nosotros nos limitamos a poner el grito en el cielo y a golpear el pecho. Por la sencilla razón de que no somos hombres ni humanidad sino un puñado de criaturas deshumanizadas, sumidas en la dialéctica de las identidades, de las culturas, de las naciones y cualquier otra suerte de malicia que nos permita cerrar la puerta al hombre, qué decir de la humanidad.

PAROT Y LA PARODIA

Alguien sintiéndose perjudicado por la decisión de un jefe le largo:. “¿o es tonto o es un hijo de …?: quiero pensar que es tonto”. Con menos contundencia pero si pesar me gustaría interrogar a los sucesivos gobiernos democráticos, presidentes y ministros de justicia a la cabeza, sobre que quieren que pensemos que eran cuando afirmaban en los funerales que los terroristas se iba a pudrir en el cárcel. Pese a saber que tras esa afirmación y las pomposas condenas de tres mil años se escondía la aplicación de un C. Penal que les iba a permitir, en colaboración con la fanfarria de la reinserción automatizada o autómata, salir tras cumplir no más de una decena de años.
¿Tiene sentido hablar de reinsertar o reeducar a aquel que no solo justifica sus crimines sino que permanece fiel a los principios y fines que lo llevaron a cometerlos y en el seno de la organización criminal que lo alentó?
Por todo ello afirmo que la Doctrina Parot no es sino un acto de justicia. Tanto es así que el T. de Estrasburgo debería mantenerla y a la par encausar por un delito contra los D. Humanos a quienes consintieron esa perversión, porque es perverso y delictivo desatender tan elementales derechos en las víctimas para atender por indolencia o maldad a las argucias legales del victimario. 

Me temo eso sí que “se la van a coger con papel de fumar”, como nuestros infumables políticos que se lo fuman todo, es más, que parece que estuviesen “fumados”.

ASUNTA Y EL DOLOR



Se interrogan personas de buen corazón por el infinito desamparo de la memoria de Asunta, la niña asesinada en Santiago. ¿Quién la va a llorar?, se duelen porque intuyen que a nadie le va a doler como es debido. Pero, ¿cuál es el deber de dolor ante la muerte? Esa es la clave.  En la calle hay: indignación, escándalo, insulto e ira, ruido en definitiva hasta en las más ocultas intenciones. Y eso se nos antoja impropio. Pero ¿quién o con qué se mide el dolor?
Ante la pérdida de un ser querido me he sentido incapaz de expresarlo, es más, horrorizado por no sentirlo, por ser presa de una sensación que se va del vacío al abatimiento. Es absurdo, lo sé, reprocharse no saber lidiar con el daño que nace de la muerte: mano desconocida, colofón de nuestro destino, radical negación de nuestra existencia. Es por ello que intuyo que toda expresión de sufrimiento es válida, porque cualquiera ha de valer ante aquello que desborda nuestra capacidad de expresión y comprensión.

Asunta va a ser llorada y recordada como sabemos, también con esa alfarería sentimental, visceral y comercial que ahora nos horroriza. Escoja pues de todos nuestros gestos aquellos que de verdad alivien el astro de su singularidad, esa alta vibración existencial que aún recorre, lo hará siempre, el universo que discurre entre Santiago y su alma, única certeza que poseemos de la realidad de este mundo del que fue arrebatada sin otra culpa que la de su inocencia.

EL BOTIN DE RODRIGO


Suenan los melancólicos acordes del Aranjuez de Rodrigo. Descuelga el teléfono en la dejadez de esa clave. Se oye una voz vital. 
–¡Bueno días!, soy Emilio.
-¿El de Rousseau?
- El del Santander.
- ¿El de Hobbes entonces?
-“¡El hombre un lobo para el hombre!”¡Tonterías!, el hombre un negocio para el hombre. Ese es mi lema.
-¡Cabal! Pero dígame, ¿qué se le ofrece?
-Me gustaría contar con Ud. como consejero internacional.
-Dirán que tiene en poca estima el botín. Horas bajas, ya sabe. 
-No se amilane, su currículo le abala.
-En lo público, porque en lo privado, una ruina. Además, hoy contamos con jóvenes talentos:  los exportamos.
-Sí, sobrados de títulos y faltos de agenda.
-Dominan varios idiomas.
-Menos el que a me interesa, el de comerciar sin desdoro ni para el que se vende ni para el que lo compra.
-Engrasar, entiendo.
-Se engrasan las maquinas D. Rodrigo, a Ud. le reservo para tareas más sutiles. No es ingenio mecánico lo que va a mover sin a conmover voluntades.
-Ese ha sido mi oficio durante mi vida política. Es duro D. Emilio, tanto como ingrato, te piden milagros y no somos santos.
-En mi regazo hallará merecida peana.
-¿Hablar de salario no nos es propio?
-¡Un insulto!
-¡Insúlteme!
-De consejero, más comisiones, ¡claro!, como en Bankia.
-A esa ni mentarla.
-Un borrón lo echa cualquiera.
-Un marrón D. Emilio. Además, corren malos tiempos.
-Nos lo van a decir a nosotros.
Risotada al unísono. 

-No, si al final aún me alegra Ud.  el día.