Falta de rentabilidad del carbón, esa es la sentencia que los condena a la amarga realidad de ser y sentirse inútiles y gravoso para nuestro maltrecho ser económico. Y ellos, veta mineral de carne y brava ternura se rebelan reivindicándose imprescindibles en su condición de hombres y trabajadores.
Hay seres que parecen condenados a nacer y morir en la grave falta de no merecer cuidado, así es con ellos, porque si despiadada fue la exigencia que los llevó a descender a las entrañas de la tierra en busca del negro motor de nuestra civilizada prosperidad, no lo es menos la injusta acusación que hoy recae sobre ellos.
El estado puede exigirles cordura en la protesta, resignación en la adversidad, desistimiento, en suma, de la defensa de una actividad fenecida. Por el contrario, un pueblo no puede hacerlo, por la sencilla razón de que son carne de su carne. Por eso, mientras ellos caminen ese pueblo ha de ser “los pies, los caballos y ese soplo de viento, que no sólo lo parece, sino, que continúa su canto en las pausas”, tal como advirtió el poeta.