martes, 10 de abril de 2012
PRIMAVERAL PEREZA
“No existe pasión más poderosa
que la pasión de la pereza”.
Samuel Beckett.
En la marea de vivos colores con que inunda la primavera los campos, jardines y espíritus, florece gris como el aliento, gris digo, por lo indefinido de su esencia, la magnánima y mansa flor de la pereza. Ramillete de indolentes decaimientos para ese catártico fin que demanda la inconsciencia.
Curiosamente, cuando la tierra se conjura en tan sublime esfuerzo, se abisma el ser humano en las nebulosas regiones del ensueño, y allí donde va escoltado por un paisaje multicolor, se le percibe gris y ahuecado, como si en vez de carne y hueso fuese de algodón. Es más, como si no perteneciese a este mundo, o en verdad sobrease sobre la faz de la tierra, y tal orfandad no le inquietase.
La primavera nos ausenta, nos extravía, nos desdibuja en el campo y en la ciudad, para llevarnos a un lugar cuyo nombre y ubicación guarda en celoso secreto. Un lugar al que nosotros, consumados nominalistas, le llamamos pereza. Silencioso paraje al que en venganza por su férreo mutismo insultamos adjudicándole despectivas acepciones y atribuyéndole los más infames vicios. Sin percatarnos de que en tan ignominiosa acción no estamos sino insultándonos a nosotros mismos, clamando contra nuestra propia esencia y conciencia, más próximas a ese arcano que a la geografía explorada de nuestra visceral naturaleza.
La pereza es, como he dicho, una voluntad inexplorada ante la que me declaro agnóstico, en la medida que trasciende la mera experiencia. Porque, todos sabemos pronunciarla, pero, sabemos de verdad definirla en lo profundo, en lo verdaderamente sustancial de su esencia. Entiendo que no, porque una cosa es: la desgana, la tardanza, la flojedad, la indolencia y hasta la indiferencia, y otra muy distinta es la primaveral pereza, esa fuerza que sublima los espíritus movilizándolos en un afán alejado de esa lógica social que nos pudre y confunde, pero que encarna, por más que duela, el alma de nuestro actual sentido existencial.
La primaveral pereza es un acto de íntima soledad a través del cual el ser humano se retoma en el punto exacto que de él demanda su naturaleza, tanto en lo físico como en lo anímico, y como ya he dicho, para un fin que sólo conoce ese certero, aunque denostado instrumento de orientación que nos asiste y al que llamamos inconsciencia. Nada nos guía con más acierto y perfección hacía nuestro origen, que ella, en la medida que encarna en nosotros la esencia viva del universo del que provinimos. Sólo ella conoce el secreto del caos y el perverso efecto que el orden ejerce sobre él, en el nombre de la necesidad. Necesidad que no es sino el lapso de corrección de los ritmos cósmicos en el imposible acto de detenerse que precede a su lógica e inmediata destrucción. Eso somos, eso es todo lo creado, la infinita reiteración de un error eternamente corregido.
El hombre, hecho a imagen y semejanza de la necesidad que impone el orden, abomina de la pereza, al percibirla como el principio del fin, cuando no es sino el fin que da principio al todo. El sumo acto de restitución a nuestra verdadera y universal materia.
La pereza es un laberinto sin senderos que se bifurcan, ni encierra tampoco cabal entrada y salida, somos nosotros los que, apremiados por nuestra postrera necesidad, los trazamos a la par que la dotamos de su lógica entrada y salida. No tiene tampoco sentido, somos nosotros, consumados necesitados los que nos esforzamos hasta el absurdo por dárselo, por dotarla de razón para que quepa en nuestros sentimientos y adquiera consistencia en nuestros sentidos. No goza tampoco de razón, porque la razón no sino una mera y enfermiza secuela de la necesidad del orden que fatiga en lo existencial al hombre. Puro formulismo en lo social, que sólo a él, social por costumbre, aqueja: tengo razón, la razón me asiste, nuestra razón, las razones, en fin, de un mundo imperfecto que nace, paradoja de paradojas, de la misma razón, y que, por tanto, hasta en su sinrazón a la razón se debe.
La perezosa primavera conmueve nuestro ser desbordándolo del asfixiante corsé social que lo oprime para derramarnos generosos por los amplios espacios de la vida. Es, por tanto, una fiesta, la fiesta por antonomasia, en la que se fundirán un día todos los actos sagrados con que cada credo saluda y honra hoy a sus falsos dioses. Que lo sepan los sacerdotes de todas las iglesias y los chamanes de todas las tribus.
Yo, más perezoso que primaveral, os convoco a la fiesta de los sentidos a que nos invita la pereza. Dejémonos caer, en esa feliz celebración, sobre las verdes y floridas llanuras, que orlen nuestras cabezas nutridos corros de margaritas, y vuelen libres los pinceles de nuestra imaginación sobre los blancos lienzos de las panzudas nubes que presiden el manso cielo que nos alumbra.
No debemos olvidar que la pereza no es, como sostiene la iglesia, un pecado capital sino capital como el pecado.
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No resultas creíble después de este diligente canto a la pereza. Diligente, poético y extenso. Resulta contradictorio que un perezoso se tome estas molestias. No puede ser perezoso, tal como te proclamas, quien se toma tamaña molestia. Estoy contigo en el pensamiento de que deberíamos todos aspirar a la indolencia como parte intrínseca del alma humana, al pensamiento sosegado, al dulce hacer nada, a la filosofía del descanso, del ocio que nos lleve a pensamientos optimistas y a una vida más longeva y sociable. Volver a las tertulias sin reloj, a los paseos por los soutos, a la pesca de ranas, al asalto de los nidos de pájaros, a la lectura curativa. Actividades todas ellas de muy bajo costo y con las que, a buen seguro, recuperaríamos el equilibrio económico y personal.
ResponderEliminarUn laborioso y bello canto a la pereza!
El angelito de la pereza habita en mí, qué hacer, expulsarlo como si de un proscrito se tratase, entiendo que no puedo ni debo. Tenías que verlo: carita dulce, cabello dispuesto en hermosos bucles de consuelo y un elemental cuerpecillo de duende vestido siempre de estreno. Para comérselo, por eso no puedo. Intento eso sí hacerle ver que la vida es: esfuerzo, trabajo, disciplina, acaso orden. Y él atiende no creas que no lo hace, pero de inmediato se distrae con cualquier cosa. Qué decir cuando tiene por delante palabras tan llenas de sensatez y cabal sosiego como esas que con las que me hablas de eso que jamás debimos olvidar, pero que sin embargo olvidamos, quizá porque no hubo necesidad de que nos las enseñaran sino que las fuimos aprendiendo a la par de la mirada y de los días.
ResponderEliminarMe llena de consuelo saberte ahí y aún más en ese estado de lucidez que me arranca de la pereza para tornarme perezoso en el afán de deleitarme de esos paseos por soutos y riachuelos…
PD: He visto en el interior de un elegante sobre un hermoso neutrino, imagino cuatralbo, galopando en firme y elegante filigrana una hermosa ironía para el cariño y el más hermoso de los consuelos.
Recibe un fraternal abrazo.
D. José Alfonso!!
ResponderEliminarP...pero qué estoy leyendo!!...Conjura, venganza, voluntad, espíritus movilizados, caos, destrucción, restitución...¡¡basta!!, ¡¡no puedo leer más!!...voy a informar al ministerio del interior sobre esta...arenga revolucionaria...esta apología de desordenadas primaveras
¡¡agitador!!...¡¡terrorista!!
Culpable soy de este crimen, porque no sucede aquí primavera digna de ser glosada sino amargo otoño de patriarca. Debería pues alzar la voz en defensa de derechos y libertades, los sé, pero soy débil de carne y leve de espíritu, de ahí este decaimiento que Ud. amigo eleva a epopeya con esa sana energía que le caracteriza y que tanto placer me causa.
ResponderEliminarSea pues, por merecida, bienvenida su denuncia.
Es un honor tenerlo por aquí.
Reciba un fraternal abrazo.
José Alfonso, lo que leo me hace inquietarme por dentro y a la vez tocar todo aquel razonamiento que intenta ordenar lo que de no razonable tiene el universo y nuestra existéncia. Del acos venimos y al caos vamos y toda forma de sacralizar cualquier dogma es frívolo o por lo menos poco convincente..Por eso yo siempre he tomado la vida como un juego perpétuo en el que no salgan los demás malparados ni yo tampoco y me abandono a esa Pereza Primaveral exponiendo mi nariz al sol mientras pienso que entre el caos del principio de los tiempos y el final ..es deliciosa la vida a ratos.
ResponderEliminar"La pereza es, como he dicho, una voluntad inexplorada ante la que me declaro agnóstico, en la medida que trasciende la mera experiencia. Porque, todos sabemos pronunciarla, pero, sabemos de verdad definirla en lo profundo, en lo verdaderamente sustancial de su esencia. Entiendo que no, porque una cosa es: la desgana, la tardanza, la flojedad, la indolencia y hasta la indiferencia, y otra muy distinta es la primaveral pereza, esa fuerza que sublima los espíritus movilizándolos en un afán alejado de esa lógica social que nos pudre y confunde, pero que encarna, por más que duela, el alma de nuestro actual sentido existencial."....siempre he visto una increíble fusión de literato y filósofo en ti más que fantástica! Me encanta tu escrito y si me dejas lo publicaré en mi facebook con tu nombre y tu blog.
Abrazos, José Alfonso !!!
Mi teclado y yo a veces nos llevamos mal...corrígeme, please: "del caos venimos y al caos vamos ..."
ResponderEliminar:))
Escribí un comentario que desapareció en este laberinto de los inexplicables bloqueos del teclado impertinente y que te confieso soy incapaz de repetir... por pereza.
ResponderEliminarBaste pues decirte ahora que es fácil disfrutar leyendo tus escritos y que en otra ocasión intentaré corresponder a esa tu generosidad.
Y así mandarte un afectuoso abrazo.