Un ministro observado en la distancia no merece mayor atención, bien pudiera ser tropa de funeraria o rezagado de pelotón de boda, acaso sólo un advenedizo en el arte de seducir. Pero si nos aproximamos a él podemos observar todo un catálogo de prendas que son a la postre quienes le confieren el carácter institucional que lo hace digno del cargo y cargo de dignidad.
Tomemos al azar un ministro, de cualquier ramo, qué más da, el equipo es similar. Que sea eso sí de los de cartera, dan más juego en el arcano de esa vacía obviedad que los distingue.
Comencemos pues por ella: la cartera, preferentemente de cuero bovino, tintado en negro, más serio y fácil de combinar con el variado vestuario ministerial. Una cartera formal que lleva tatuada en la solapa de cierre, a fuego de oro falso, el escudo de España y el nombre del ministerio correspondiente.
El complemento puede semejar baladí, dado que no la mueven sino el día del relevo, pero que vale su peso en oro, pues es ella, aún más que el juramente del cargo ante el Rey, quien de verdad confiere autoridad al ministro. De ahí el nada inocente ritual de la entrega, acto en el que podemos visualizar como el ministro/a saliente entrega al ministro/a entrante el símbolo de su cargo: la cartera. Durante la dictadura era frecuente que en los relevos de altos cargo se intercambiaran varas, las del poder, ahora son carteras, las de poder.
La cartera en cuestión soporta, al margen de ese aciago simbolismo, una potente carga sentimental y artística que nada tiene que envidiar a la autoridad a la que sirve. No en vano procede de un animal al que le fueron dispensados los cuidados del ganadero, la firme mano del matarife, la diestra mano del desollador, la sabia mano del curtidor y por último la artística mano del guarnicionero. Muchas manos de voluntad frente a las manos involuntarias del partido y las largas manos del líder que ha dado forma a quien la porta.
Centrémonos ahora en el traje, de la mejor tela y por supuesto de marca, vista o solo arrope porque lo que importa realmente es que esas discutibles bondades salten a la vista. Y es que hoy un hombre bien vestido no es aquel a quien mejor le sienta el traje sino aquel que más ha pagado por él.
Ha de ser además un traje de una sola puesta, porque no es propio repetir en hombres de tantos posibles: los de todos. Un traje, digo, que sea orgullo y consuelo de los administrados en su faenar desarrapado. No cabe pensar que un ministro del reino, vistiese funda de currito en un país que ha hecho del traje la vestimenta nacional.
La camisa y la corbata siempre a juego con él, dando juego, y siempre pares en el precio y la confección.
La pluma, no cabe bolígrafo, de prestigiosa marca, a poder ser de diseño y de noble metal allí por donde sangra. No hemos de olvidar que en caballeros de esta caballería equivale a la lanza, pues es con ella con la que rubrican sus aventuras y nos desventuran cuando yerran.
El coche oficial, de riguroso negro y de esas marcas que se dicen “premium”, por supuesto el más alto de gama, equipado con las últimas innovaciones tecnológicas en materia de seguridad y confort. Preferentemente blindados, para sentirse libres de todo mal, porque pese a que un ministro es un ser comunitario, siempre hay quien no lo ve así y a lo peor le da por dañarlo. Lo hacen con el mobiliario urbano que les es útil, por qué no lo habían de hacer con un ministro al que no le hallan utilidad.
Un vehículo potente y capaz de ir y venir siempre a toda velocidad, porque un ministro es un ser ocupado, que digo, un superhombre al que la maquina le ha de socorrer en la consecución de ese don que no le fue concedido, el de la ubicuidad. Qué ministro sería ese que no tuviese prisa, que fuese y viniese calmoso de inauguración en inauguración, no sería serio, claro qué no, parecería que no tiene otra cosa que hace, y es esa debilidad en que no debe caer porque un ministro puede no tener utilidad y hasta no ser útil pero siempre tiene algo que hacer.
Y ya en su horizonte, visible o no visible pero siempre presente, el regio edificio ministerial. A ser posible palacete o cuando menos de construcción antigua. Lógicamente de noble piedra y labrada fachada. Un edificio capaz de albergar no sólo al ministro, sino a su vasta progenie administrativa, insigne tropa de plumillas encargados de llenar de contenido al ser ministro en sí y a su ministerio.
Un edificio entero para ese fin sin principio podría antojarse, a ojos de un ciudadano desinformado, innecesario, pero no lo es, un ministro sin edificio no guarda simetría con el carácter acaparador de la administración. Porque ésta para ser ha de tener necesariamente sede, sino con qué sedar a los administrados en las pardas horas de desesperanza. Hasta para ir a protestar se hace necesaria. Dónde ir sino en los vertiginosos raptos de rabia a saciar nuestro apetito de venganza administrativa, esa de romper lo nuestro con la naturalidad con que lo hace cualquiera con lo ajeno.
Después de este paisaje ministerial viene el de los ministros sin cartera, pero de esos hablaremos otro día.
Creo, José Alfonso, que el mismísimo Rodriguez de la Fuente se sentiría orgulloso de la descripción tan atinada y amena con la que nos describes lo más destacado de esta especie de mamíferos mamones, de su hábitat habitualmente inhabitado y de su cohorte de símbolos tribales. Yo agregaría, más por vicio que por necesidad, algún detalle sobre la naturaleza de alguno de los elementos en los que se sustenta su grandeza pues hay cierto paralelismo entre sus rasgos esenciales.
ResponderEliminarAsí diría que tras llegar a lomos de consultas populares poco fundamentadas, a través de apaños de poder entre los que pueden y sin otro mérito que haber sido señalado por el dedo oportuno, firman y formalizan su compromiso ante a una persona de supuesta sangre azul que vive en el continuo privilegio de la impunidad legal y la subvención económica y que dice representar el espacio del cuerpo social, y ante un icono que dicen representar un poder divino cuyos innumerables trabajadores son a su vez subvencionados. No obstante, esta especie ministrable en expansión obedece directa o indirectamente a ciertas fuerzas ocultas que tras la apariencia de mercados engloba a cuantos viven o quieren vivir del trabajo de los demás.
Simpática entrada.
Un saludo.
Una aclaración y dos reproches.
ResponderEliminarAclaración: El escudo símil oro es así porque conocen la avaricia que les llevaría a rasparlo con navaja y hacerse un anillo.
Reproche uno: Me voy a ver obligado a aparcar mi Parker-plata por si alguien pudiera albergar dudas de mis limitaciones.
Reproche dos: Acabo de quitarme la corbata y aparezco descamisado pero serio. Conservaré la americana en el asiento de atrás para cuando sea menester.
No hay ministro presente o futuro que merezca ser tratado con tanta delicadeza como tú lo tratas. No digo yo que no valgan, sino que digo que no valen para defender al pueblo, sino a sus amos.
Esta crisis va a servir incluso para que los centrados se descentren.
Después de los ministros sin cartera hablaremos del hombre que susurraba plomo a los elefantes.
ResponderEliminarMagnífica descripción del origen de ese individuo que un bien día deviene en ministro por la gracia de la gracia de graciosos y majestades.
Gracias amigo FJavier por tu visita, por tu cariño y por tan aguda reflexión.
Recibe un fraternal abrazo.
Estimado Cesar, me has hecho reír con esa afirmación tuya que dibuja nítida y creíble la imagen del ministro de turno afanado con su navaja multiusos tipo “Capitán Tapioca” raspando el oro de la cartera a fin de hacerse un anillo obispal.
ResponderEliminarLas plumas son mi debilidad no ministerial, me encantan, estaré en cantado en conocer tu Parker del noble plata. Tanto es así que tengo varias, una de ella nevada en su cima, regalo a plazo de mi mujer en el afán de demostrarme amor que mejorar mi prosa. Pluma que antes guardaba en celoso en casa, ya sabes cajita de madera primorosamente forrada con papel terciopelo para evitar roces y otro desconsuelo. Pero que hoy llevó conmigo a fin de preservarla de rudos rumanos y por si hay que empeñarla.
Gracias amigo por tu presencia y palabra.
Recibe un fraternal abrazo.
D. José Alfonso
ResponderEliminar...me ha encantado esta historia de carteristas!!. Deseando estoy de que se abra...la temporada de caza!!
Saludos!!
Si no conociese de la bondad de tu corazón, sería capaz de imaginarte en la práctica de tan cinegética afición, pero como la conozco sé que en la metáfora aludes a que se levante la veda que los mantiene impunes en su indolencia.
ResponderEliminarEs un placer tenerte por aquí.
Recibe un fraternal abrazo.