La crisis ha puesto de moda además del miedo y la pérdida de confianza, por no decir de esperanza, la frase “hay que arrimar el hombro”. Y en verdad hay que hacerlo, claro que sí, la difícil situación que atravesamos así lo exige, aunque no sepamos muy bien por qué, para qué y quizás aún menos hacia dónde. En esta obligación de “arrimados y hombros” le ha vuelto a tocar a los profesores y esta vez no en forma de recorte salarial sino como incremento en su horario laboral.
La cuestión que se plantea es si venía o no venía cumpliendo el horario establecido, y aún más, el que demanda esa enseñanza de calidad que merecen los alumnos y de la que alardean los políticos. Porque sí no era así habrá que concluir que al margen de la crisis el Estado y las comunidades autónomas han estado permitiendo que se incumpliera además de la ley el más elemental sentido de responsabilidad en materia de tanta importancia. Y lo que es más grave sin que hubiese necesidad de ello, en lo que se puede calificar como un intolerable derroche más que sumar a los muchos que suman.
Entiendo que no, que sus horarios se adecuaban a esos márgenes de razón dentro de los cuales un profesional es capaz de rendir ofreciendo lo mejor de él. Y que, por tanto, eran además de los acordados los convenientes para la buena marcha de la labor docente. Siendo completados en el exceso mediante la contratación de interinos.
Al hilo de este razonamiento hemos de concluir que hasta este momento se venía haciendo por parte de la administración lo correcto para una eficaz gestión de la educación. Y si era así, cabe preguntarse, es obligado, diría yo, conocer el por qué de este aumento de horario. Y ante esa pregunta que responder, pues sólo una, “la crisis” y dentro de ella la famosa frase “hay que arrimar el hombro”, y aquí que quieren que les diga, el socorrido mantra, suena mal, porque tratándose de materia tan sensible como es la educación y quienes la imparten sería más elegante decir “hay que arrimar la cabeza”, aunque no sea más que por aquello de que en ella habita la razón y en la razón todo signo de conciencia y voluntad, y en éstas la única vía de escape de esta locura en que nos hallamos sumidos.
Se antoja pensar que la cuestión del incremento de horas lectivas esconde el deseo expreso de no contratar a miles de profesores interinos ahorrándose así sus salarios. En cuyo caso nos volveríamos a encontrar ante otro episodio de manipulación de la realidad por parte de los gobiernos, que en aras de esconder los graves efectos de su impericia e indolencia se afanan en criminalizar a un colectivo concreto a fin de que sea percibido por el resto de la sociedad como egoísta e insolidario. En otros casos por disponer de un puesto de trabajo fijo y en éste por eso y por disponer de un horario laboral y vacacional que no hay cristiano que no perciba, desde el desconocimiento, como envidiable. Nada más fácil pues que hacer caer sobre ellos tan grave culpa y en el nombre de ella la ira de la ciudadanía, incapaz de entender cómo pueden quejarse por hacer dos horas más en una situación de “crisis” y cuando “hay que arrimar el hombro”.
Pero, era y es necesario desacreditar a profesionales de tanta valía y responsabilidad en lo personal y en lo laboral. No habría sido más sencillo reconocer la imposibilidad o el deseo de no contratar a los interinos que se venían contratando por la falta de recursos y la perentoria necesidad de hacer drásticos recortes en el gasto. Claro qué habría sido más sencillo y correcto, pero esa decisión les obligaría a tener que explicar porque ponen los ojos en la educación y no comienzan por establecer un catálogo de prioridades en torno a esos otros muchos gasto superfluos y de claro contenido populista y corrupto tanto en el fondo como en la forma que denuncian las administraciones del estado, las autonómicas y locales. De ahí que hayan decidido incendiar las aulas mediante la maquiavélica acción de poner por delante el efecto y luego la causa, es decir, comenzar diciéndole a los profesores tenéis que hacer las horas que no van a poder hacer los interinos que no vamos a contratar. Para que en la queja de unos se den los otro por enterados.
Sé que tal decisión no habría evitado las legítimas protestas de este colectivo, razones tienen para ello, porque no es este gasto ni el más gravoso ni mucho menos el más descabellado, muy al contrario, entra dentro de los que se consideran esenciales y como tal de los más razonables y necesarios. Pero lo que sí sé y se habría evitado es tener que desprestigiarlos y ofenderlos tachándolos de holgazanes e insolidarios, manteniendo intacto ese prestigio profesional que tanta falta nos hace.
La crisis ha da ser explicada debidamente, también la necesidad de “arrimar el hombro”. Al menos en lo que concierne a la verdadera situación económica del País. Tarea que no ha de dejarse en manos de elementos externos a la acción de gobierno y como tal dados a manipular la situación a su conveniencia o caer en el error, sino que ha de hacerse por parte de aquellos que siendo responsables de las arcas públicas están en disposición de medirla y contarla en lo real. De la sinceridad de esa declaración ha de nacer la verdadera conciencia y voluntad de arrimar el hombro y también el corazón en aras de solventar los problemas que sufrimos, y, lo que no es menos importante, aprender de los errores cometidos. Mientras no se haga así viviremos en la continua acción reacción de los efectos sin conocer ni el origen ni la naturaleza de las causas.
El hallazgo de esconder no pasa de ser cuando no una mala ocurrencia una maquiavélica perversión.
José Romero P.Seguín.