martes, 20 de septiembre de 2011

PROFESIONES Y MANDATOS


La crisis ha puesto de moda además del miedo y la pérdida de confianza, por no decir de esperanza, la frase “hay que arrimar el hombro”. Y en verdad hay que hacerlo, claro que sí, la difícil situación que atravesamos así lo exige, aunque no sepamos muy bien por qué, para qué y quizás aún menos hacia dónde. En esta obligación de “arrimados y hombros” le ha vuelto a tocar a los profesores y esta vez no en forma de recorte salarial sino como incremento en su horario laboral.

La cuestión que se plantea es si venía o no venía cumpliendo el horario establecido, y aún más, el que demanda esa enseñanza de calidad que merecen los alumnos y de la que alardean los políticos. Porque sí no era así habrá que concluir que al margen de la crisis el Estado y las comunidades autónomas han estado permitiendo que se incumpliera además de la ley el más elemental sentido de responsabilidad en materia de tanta importancia. Y lo que es más grave sin que hubiese necesidad de ello, en lo que se puede calificar como un intolerable derroche más que sumar a los muchos que suman.

Entiendo que no, que sus horarios se adecuaban a esos márgenes de razón dentro de los cuales un profesional es capaz de rendir ofreciendo lo mejor de él. Y que, por tanto, eran además de los acordados los convenientes para la buena marcha de la labor docente. Siendo completados en el exceso mediante la contratación de interinos.

Al hilo de este razonamiento hemos de concluir que hasta este momento se venía haciendo por parte de la administración lo correcto para una eficaz gestión de la educación. Y si era así, cabe preguntarse, es obligado, diría yo, conocer el por qué de este aumento de horario. Y ante esa pregunta que responder, pues sólo una, “la crisis” y dentro de ella la famosa frase “hay que arrimar el hombro”, y aquí que quieren que les diga, el socorrido mantra, suena mal, porque tratándose de materia tan sensible como es la educación y quienes la imparten sería más elegante decir “hay que arrimar la cabeza”, aunque no sea más que por aquello de que en ella habita la razón y en la razón todo signo de conciencia y voluntad, y en éstas la única vía de escape de esta locura en que nos hallamos sumidos.

Se antoja pensar que la cuestión del incremento de horas lectivas esconde el deseo expreso de no contratar a miles de profesores interinos ahorrándose así sus salarios. En cuyo caso nos volveríamos a encontrar ante otro episodio de manipulación de la realidad por parte de los gobiernos, que en aras de esconder los graves efectos de su impericia e indolencia se afanan en criminalizar a un colectivo concreto a fin de que sea percibido por el resto de la sociedad como egoísta e insolidario. En otros casos por disponer de un puesto de trabajo fijo y en éste por eso y por disponer de un horario laboral y vacacional que no hay cristiano que no perciba, desde el desconocimiento, como envidiable. Nada más fácil pues que hacer caer sobre ellos tan grave culpa y en el nombre de ella la ira de la ciudadanía, incapaz de entender cómo pueden quejarse por hacer dos horas más en una situación de “crisis” y cuando “hay que arrimar el hombro”.

Pero, era y es necesario desacreditar a profesionales de tanta valía y responsabilidad en lo personal y en lo laboral. No habría sido más sencillo reconocer la imposibilidad o el deseo de no contratar a los interinos que se venían contratando por la falta de recursos y la perentoria necesidad de hacer drásticos recortes en el gasto. Claro qué habría sido más sencillo y correcto, pero esa decisión les obligaría a tener que explicar porque ponen los ojos en la educación y no comienzan por establecer un catálogo de prioridades en torno a esos otros muchos gasto superfluos y de claro contenido populista y corrupto tanto en el fondo como en la forma que denuncian las administraciones del estado, las autonómicas y locales. De ahí que hayan decidido incendiar las aulas mediante la maquiavélica acción de poner por delante el efecto y luego la causa, es decir, comenzar diciéndole a los profesores tenéis que hacer las horas que no van a poder hacer los interinos que no vamos a contratar. Para que en la queja de unos se den los otro por enterados.

Sé que tal decisión no habría evitado las legítimas protestas de este colectivo, razones tienen para ello, porque no es este gasto ni el más gravoso ni mucho menos el más descabellado, muy al contrario, entra dentro de los que se consideran esenciales y como tal de los más razonables y necesarios. Pero lo que sí sé y se habría evitado es tener que desprestigiarlos y ofenderlos tachándolos de holgazanes e insolidarios, manteniendo intacto ese prestigio profesional que tanta falta nos hace.

La crisis ha da ser explicada debidamente, también la necesidad de “arrimar el hombro”. Al menos en lo que concierne a la verdadera situación económica del País. Tarea que no ha de dejarse en manos de elementos externos a la acción de gobierno y como tal dados a manipular la situación a su conveniencia o caer en el error, sino que ha de hacerse por parte de aquellos que siendo responsables de las arcas públicas están en disposición de medirla y contarla en lo real. De la sinceridad de esa declaración ha de nacer la verdadera conciencia y voluntad de arrimar el hombro y también el corazón en aras de solventar los problemas que sufrimos, y, lo que no es menos importante, aprender de los errores cometidos. Mientras no se haga así viviremos en la continua acción reacción de los efectos sin conocer ni el origen ni la naturaleza de las causas.

El hallazgo de esconder no pasa de ser cuando no una mala ocurrencia una maquiavélica perversión.

José Romero P.Seguín.

domingo, 11 de septiembre de 2011

EL CARTÓN DEL ESTADISTA


La triste revelación se produjo en el Congreso, durante el debate sobre la reforma constitucional para fijar el techo de gasto. Fue en el instante mismo de votar, para ser más exactos, cuando el gran estadista, el hombre de la sensatez y la compostura, el muñidor de consensos se extravió de esa elegante compostura suya y comenzó a arrugarse, mejor sería decir, enfurruñarse, hasta el extremo de cruzarse de brazos en su escaño y negarse a votar. Qué le ocurrió a D. Josep A. Duran i Lleida, para comportarse de tan infantil manera, para abandonar la senda del discurso responsable y conciliador y sumirse en tan patética pataleta. De la resolución de esta metamorfosis depende en gran parte el futuro de este Estado- España nuestro.

Ardua tarea que exige comenzar por advertir que cada vez que este hombre subía a la tribuna de la Cámara, lo hacía feliz y confortado como un niño recién amantado y aseado, de ahí esa frescura, ese aire de dependiente feliz, que le permitía perorar sin mayor encono y sin rabia reclamando una cordura que se llevaba en el bolsillo, producto de ese ideal suyo de consenso:”Yo te apoyo tú me das…” Éste sí inconstitucional y sin techo.

Habíamos construido un líder sobre la base de un hombre saciado y al menor asomo del hambre, ese hombre se ha revelado en toda su extensión como un hambriento más, como el que más, y ha exigido su parte, la pena es que hablamos de un todo indivisible: la quiebra de España.

domingo, 4 de septiembre de 2011

LA “AZNARIZACIÓN” DE ZAPATERO


Cuando Zapatero reclamaba volver al corazón de Europa, la izquierda aplaudía, afirmando que ese viejo corazón gastado de diplomáticas maldades era más seguro, generoso y estudiado que el del malvado yanqui: grosero, guerrero, intervencionista, imperialista, capitalista y analfabeto. Odiado corazón junto al que latía en ese tiempo el de un no menos odiado José María Aznar.

Sin embargo ahora que el presidente, de la mano de Ángela Merkel y Nicolás Sarkozy, léase Alemania y Francia, da un paso hacia ese corazón la izquierda se moviliza, clamando contra esa deriva que se le antoja ventricular derecha e ilegítima, pese a que reclame algo tan sensato y lleno de juicio como es el fijar un techo de endeudamiento mediante mandato constitucional.

Quizá haya quien aún no se ha enterado, ahora que se ha enterado el presidente, que estamos quebrados, que la fiesta ha terminado, que ya no hay fondos de cohesión ni estructurales. Que el desbarajuste administrativo nos ha llevado a la ruina por la vía de hacer cada uno y en cada momento lo que le venía en gana y resultaba más rentable para mantenerse en el poder.

Algunos en su desafuero han llegado a tachar de golpista a este presiente que fue un día la prima dona de la paz, el muñidor de la alianza entre civilizaciones, el mirlo blanco de la tolerancia, el hombre, en definitiva, que más ha hecho por ocultarnos el mal trago de la crisis. Ver para creer, lo veo y no lo creo, si bien es cierto que desde el principio desconfié de que lo que más nos atraía de él no era el serio compromiso de profundizar en reformas de izquierdas que fuesen más allá de la manida cosmética ideológica que caracteriza a las socialdemocracias, sino ese cínico relativismo, ese selectivo eclecticismo y esa elegancia suya en la piadosa mentira a la hora de escamotearnos la realidad delante de nuestra propias narices a fin de que no soportase merma su prestigio ni sufriese nuestra exquisita sensibilidad social y de derecho.

Paradójicamente ahora que el bueno de José Luis se le ocurre que tal vez sea mejor para el País decir la verdad y actuar con la contundencia necesaria, se le antoja a estas buenas gentes que no merece la pena, que da pena, que debería llamarse José María, apellidarse Aznar y militar en el PP, para así poder criticarlo e insultarlo sin mala conciencia. Y llegado el caso, reclamar para él, su partido y partidarios, un cordón sanitario que les ahuyente de las instituciones y les conduzca al ostracismo.

Resulta igualmente esperpéntico oírles plañir por la falta de soberanía que entraña tal decisión, cuando no hace mucho el ser soberano del Estado se le antojaba tan franquista y anacrónico como la idea de España, frente a los según ellos modernos modos del nacionalismo más radical, sin importarles que sea en algunas de sus expresiones tradicionalista, oportunista y hasta racista. Y es que es acaso más progresista el hacer del nacionalismo en su constante acción de desgaste de la solidaridad y soberanía nacional que la decisión Francesa y Alemana de poner fin a esta locura de privilegios, fueros y desafueros presupuestarios a cuenta del erario público.

No es acaso legítimo que aquel que auxilia establezca algunas reglas en el juego. Entiendo que sí, es más, creo que si queremos ser europeos y que Europa sea una realidad en lo político además de en lo económico deben darse estos pasos.

Desconozco en nombre de qué derecho gritamos una razón que no es sino sinrazón, y lo sabemos, porque esa es a día de hoy nuestra realidad política, y es que por aquello de no saber digerir nuestro pasado, ni gestionar nuestro presente nos hemos convertido en un auténtico monstruo imposible de articular. El elefantiásico aparato administrativo que no asfixia así lo atestigua.

Si alguna objeción hago a Zapatero en esta última fase de su mandato, es en el hecho de no haber sido coherente ni con su acción de gobierno, ni con su perfil en las formas, ideológico si se quiere, y sé que son muchos los que quieren. Yo sostengo que no lo tiene, porque si lo tuviera se habría negado a tomar las medias que adopto y las que está adoptando. Sin embargo, lo ha hecho, por la sencilla razón de que ha entendido o le han hecho entender que eran más necesarias que sus principios. Entiendo que tal vez lo sean, porque de no ser así no cabe sino pensar que no habría dudado ni un segundo en reclamar las urnas para comprobar quienes estaban con él y quienes contra él en la odisea de oponerse a mercados y corazones por más europeos que sean.

No veo tampoco en la medida un afán acaparador de la clase política, sino todo lo contrario, un señalarse en la debilidad, como lo hacen los ludópatas a fin de que no les permitan el acceso a casinos y salas de juego, en su caso electorales y de gobierno. En una palabra, que no observo peligro en poner coto al desmán del despilfarro, pues no es criminal el ahorro sino el dispendio que nos empobrece.

Avergüenza, eso sí, observar como algo que entra dentro del más estricto sentido común y que debiera, por tanto, estar inscrito en la genética de toda política y de cada gobernante, haya de ser apuntado como si de un intrascendente recado se tratase.

Puedo estar de acuerdo con que nos llamen a referéndum, entendiendo que pese al coste económico en lo democrático siempre resulta rentable, en la medida en que nos implica a todos en la toma de decisiones, pero juro que lo habría agradecido más cuando nos endeudamos más allá de lo posible.

Ganado el juicio perdida la confianza, ese parece ser el signo de los gobernantes de esta nuestra España, nación de naciones, estado social y democrático de derecho a antojo de quienes parece tener más voluntad que coherencia.