Afirma F.Pessoa, en un pasaje de su “Libro del desasosiego”, “…Y así fue como despertamos a un mundo ávido de novedades sociales, y que con alegría iba a la conquista de una libertad que no sabía lo que era y de un progreso que nunca definió.”
Testigo del cumplimiento de tal desafuero es ver como al inicio de la democracia los mítines se resolvían en el estricto ámbito de la ideología, entendida ésta no tanto desde las perspectivas filosóficas de las distintas doctrinas políticas, tan ignoradas siempre como conocidas, sino por un concepto más ambiguo pero amable e indudablemente atractivo, la libertad.
La libertad por no conformar idea de nada nos permitía convertirla en nuestro particular ideal fuese éste más permisivo y dogmático o más intransigente y liberal.
Con ella por bandera qué cabeza resultaba pequeña, qué boca amanecía vacía, con ella de la mano no había posibilidad de silenciarse, de dejarse ver en la limitación intelectual tanto del individuo como de grupo. Y es que allí dónde no había se ponía libertad, para qué, para lo que fuese y donde fuese, y es que la libertad era de todas las músicas sociales la que mejor sonaba.
Lo triste es observar que a día de hoy, la ideología sigue siendo materia aprobada y la libertad ha dejado paso a otra novedad social, más grosera: el dinero, personalizando en él ese progreso a que aludía F. Pessoa, ese, asómbrense, que está por definir, ese que permanece aún indefinido.