miércoles, 23 de noviembre de 2011

EL SASTRECILLO VALIENTE


Sr. Rajoy, el siempre veleidoso destino (adverso a juzgar por las hambrientas telarañas que guarda la caja) le ha nombrado sastrecillo mayor del reino. Le ha elegido para que tijera en mano pode la soberbia del despilfarro institucional y corte un traje a la medida de la depauperada hacienda española. Ese va ser su oficio, esa su inexcusable vocación de gobierno.

Las medidas que se han de adoptar no admiten, es cierto, ni demoras, ni debilidades. Han de ser además de duras, serias, profundas y creíbles. A aquellos que nos prestan sólo se les va a conformar y convencer por la vía de demostrarles fehacientemente que vamos a devolverles el dinero prestado más los intereses pactados. O por la de no tener la imperiosa necesidad de que nos financien con la premura y en las desfavorables circunstancias que ahora lo hacen, y que propician que puedan gobernarnos a su antojo.

Esta Ud. legitimado por la fuerza de los votos recibidos para llevar adelante las reformas necesarias. Sufragios que son fiel reflejo de una voluntad nítidamente expresada en las urnas. Como gustamos decir, ellas han hablado y han revelado que es voluntad mayoritaria que sea Ud. y su partido los encargados de gestionar las graves secuelas de la crisis.

No obstante, para recortar en la poca tela de una ciudadanía casi desnuda y rascar algo en unas arcas vacías, se necesita un plus de legitimidad, a mi juicio, indispensable, el que le confiere el ejemplo. Ese que sólo le puede otorgar el grado de ejemplaridad que Ud. y los demás miembros del gobierno y partido sean capaces de transmitirnos a la hora de abordar tan ardua tarea.

Debería ganar, sin demora, legitimidad en ese espacio para ser además de proverbial esencialmente honesto. Y juzgo, para ello, que ha de comenzar por desmontar esa absurda y malvada teoría que pone el acento de la culpa de los males que nos aquejan en el supuesto de que la ciudadanía en su conjunto ha vivido muy por encima de sus posibilidades. Idea expresada en esa frase y de la que se hacen eco y repiten como papagayos los políticos y sus analistas como si de una verdad indiscutible se tratase, cuando no lo es. Y no lo es porque, de todos es sabido, que las posibilidades económicas del común de los ciudadanos no nacen a su antojo, sino de un precario equilibrio entre los arruinados rudimentos de un sindicalismo deslustrado por unos derechos laborales fenecidos, frente a una siempre fuerte y bien organizada patronal, por lo que se hace difícil vivir sino es dentro de lo estrictamente posible. Y en todo caso, los ciudadanos han vivido durante todos estos años de gobiernos PP y PSOE conforme a la situación económica que se daba y a la visión que sus gestores le transmitían. Y si éstos le mentían, lo lógico es que recaiga la culpa sobre ellos. Y si los bancos en su desmedido afán de enriquecimiento les prestaban cantidades astronómicas para la compra de una vivienda que no valía ni la mitad, y además le facilitaban un plus para comprar objetos de consumo: vehículos o muebles, la culpa era de los bancos. Y es que no se puede olvidar que eran ellos quienes manejaban datos fidedignos sobre la marcha de la economía a medio y largo plazo. Que eran ellos los que valoraban la situación económica de las familias que se hipotecaban. Y lo más sangrante, ellos quienes hacían finalmente la valoración de la propiedad, a través de agencias de peritación, eso sí, a cargo del deudor. No se puede, por tanto, culpar a quien se fio del sistema en toda su amplitud, y se ve ahora abocado al desahucio y la ruina más absoluta.

La segunda pata cierta de esta mentira, es la de los políticos. Porque han sido Uds., y lo sabe, quienes de verdad han vivido y gestionado muy por encima de las posibilidades reales del País. Uds. quienes han inflado hasta lo inadmisible el aparato administrativo tanto en el ámbito patrimonial como en el humano. Uds. quienes han triplicado sus gastos suntuarios, asesores, sueldos, dietas y demás prebendas. Uds. los que se han embarcado en obras faraónicas e innecesarias, al sólo objeto de ganar la simpatía de sus votantes. Prueba de ellos son los polideportivos sin deportistas, los aeropuertos sin aviones, las estaciones de AVE sin viajeros, las universidades sin estudiantes… Han sido Uds. los que han engañado al pueblo induciéndole la perversa idea de que íbamos a la cabeza de Europa, cuando aún estábamos recibiendo ayudas para el desarrollo. Uds. los que no han dudado en dar por buena y viable toda reivindicación sin atender a su utilidad, confundiendo en la conciencia social del pueblo la obligación solidaria del conjunto con el capricho del colectivo. Uds. los que han dado subvenciones para causas y organizaciones con la única condición de que les fuesen dóciles y afines. Uds. los que han avivado los egoísmos interterritoriales. Uds. los que no han dudado en comprar a precio de oro el apoyo parlamentario para sacar adelante no sólo esas políticas más o menos necesarias, sino en muchos casos la mera ocurrencia ideológica. Uds. los que han cogido ese dinero obtenido de la corruptela a la que algunos llaman responsabilidad institucional y la han gastado en la primera idiotez que les ha venido al magín. Uds. los que han montado mastodónticos y ruinosos y aparatos de propaganda a expensas del pueblo y de la credibilidad de los profesionales que los gestionan.

El ciudadano español sólo es culpable, que no es poco, de no tener una conciencia clara del Estado como instrumento capaz de dar respuesta efectiva a nuestras necesidades. Culpable de admitir la economía sumergida. De defraudar sin sentido de culpa a la hacienda pública. De haber admitido indolente que los gobiernos les regalasen dinero o le subvencione por actos tan íntimos y particulares como puede ser la paternidad. Culpable de no haber sabido entender que Uds. sólo son fieles a sus personales intereses y a los de sus partidos, y que se les ha de demandar fidelidad sólo en lo concerniente a su conciencia y al mandato democrático recibido.

Y esta culpa a la que aludo, nace de la mano de un Estado que por el momento no le ha sabido trasladar la limpia idea de que está a su servicio. De que no es una burda entelequia institucional podrida hasta el tuétano por los enjuagues políticos. Obre Ud. el sencillo milagro de devolverle la credibilidad a tan alta y medular institución.

Sea valiente señor Rajoy, comience por entonar el mea culpa, por las suyas y por las de los demás. De ejemplo, ejemplarice, y exija después al pueblo lo que el pueblo no le podrá negar.

domingo, 13 de noviembre de 2011

A TRAVÉS DEL PAPEL

Paseando por una calle de nuestra capital (pudo ser por la de cualquier otro pueblo o ciudad todas se disfrazan igual para este carnaval de voluntades susceptibles de levar) me detuve bajo el rojo cartel electoral del PSOE, donde, al lado de la consigna: “Pelea por lo quieres”, se ve al candidato Alfredo Pérez Rubalcaba en una postura que me lleva a imaginarlo como un viejo pescador. La felina mirada firmemente clavada en el horizonte plano del agua. En el juego de manos, mientras que con la izquierda templa el sedal, sujeta firme con la derecha la caña, en esa actitud propia del que sabe que el pez ha picado, pero que no ha de precipitarse la captura, que se ha de esperar, que se impone sopesar su tamaño y también su fuerza, en la plena conciencia de que tal ligereza sólo le puede llevar a la fatal ruptura de la tanza y el consiguiente fracaso de la pieza no cobrada.

Esa misma impronta me traslada de inmediato al literario mundo de Ernest Hemingway, consumado cazador, y más concretamente a su relato “El Viejo y el Mar”. Es cierto que el personaje de nuestra historia no representa al agotado marinero, pescador sin suerte, en la medida en que Alfredo viene de un mundo donde puede que el pescado esté todo vendido, pero está, es más, se podría decir que aún es, a día de hoy, el amo de la lonja y también de la suerte de de peces y pescadores. Pero no me negarán que él como Santiago, el protagonista de tan magnífica obra, se visualiza abandonado no sólo de sus compañeros en el duro faenar de los días de gobierno, sino también de su joven amigo de pesca, ese que añora ser sexador de nubes sobre el largo azul del cielo de León.

Digamos, por no hablar de maquiavélicos cálculos, que ha sabido caer desgracia, a juzgar por su infinita soledad en el tabernario juego electoral. Prueba de ello es que se ha de hacer a esta particular marea en compañía de los viejos y fantasmales camaradas de antiguos gobiernos, a los que ya sólo parece ver él. Débiles y lejanas sombras chinescas que se recortan al fondo de un horizonte afortunadamente ya superado. Anacrónicos, sin ambages, en el actual panorama político. Y que aún así no duda en pilotar la vieja barca hasta ese límite sin horizonte que admite la más reciente y elemental memoria. Hasta ese lugar en donde advirtió Cernuda que “habita el olvido”. Y una vez allí, lejos de cualquier evocación de su actual gestión en la tarea de gobierno, y desnudo de otro recuerdo que su nombre y su sombra, ancla la nave y dispone los aparejos: sedales, anzuelos, carnada…, para la que se presenta como una dura y larga jornada de pesca.

Quizá sueña mientras lo hace con ser joven, con no ser el viejo Alfredo, sino el joven Alfredo. A la par que le reprocha a la suerte el no haberlo buscado en otro tiempo y en otro espacio más propicio. Pero, para que engañarse, nadie sabe mejor que él que los momentos no siempre se eligen, que por lo general son ellos quienes lo hacen. Como sabe también que los hombres que nacieron para bregar en la sombra, y él lo hizo, sólo disponen de la deslucida estrella que el duro trabajo les tatúa sobre la piel. Y él es un humilde “paleta” de la política. Un hombre del aparato, sin más carisma que aquel que le otorga el levantarse cada mañana atento a la misión encomendada por ese líder carismático y estrellado hasta el cielo del paladar, con el que finalmente se ha de estrellar en la ardua tarea de alicatarlo de credibilidad.

Aún no ha tocado el agua el anzuelo convenientemente cebado, y ya se le hace presente la certeza de la captura, es por ello que cuando la siente morder no se muestra inquieto, ni se apresura a tirar del sedal, y menos aún a mover el carrete. Y no lo hace porque sabe que el enorme pez que se ha enganchado, no es sino esa fabulosa pieza amiga que ha de saber conducir intacta a puerto.

Se sacude inquieta la captura en el desasosiego de su ideología, tal vez traicionada, tal vez sólo conmovida por la posibilidad de la derrota. Se agita cada vez más nerviosa y percibe Alfredo bajo sus pies el indescriptible peso de su poder, no en vano, son diez millones de votantes, la exacta suma del capital humano de su partido. Se ha de mostrar por tanto cauto, no se trata de romper el círculo maldito de la anunciado derrota, ni diluir la amarga sombra del pérfido fracaso. Su misión no es tampoco la de deslumbrar a sus competidores sino la de hacerles saber que es capaz de llevar buen puerto ese capital humano, esa humana esperanza.

Sabe que el camino es largo, tanto como los peligros que lo acechan. Que unos y otros van a tratar, por todos los medios a su alcance, de ir devorando su patrimonio, debilitando así sus fuerzas y con ellas la ocasión de conseguir ese puesto de pescador mayor del reino para el que se postula.

La calle se desangra en el mar de calles que la escoltan ciudad adentro, y en todas ellas navega al viento el candidato dispuesto a no claudicar, a no dejarse derrotar, a conducir a seguro ese trofeo que le avala y distingue ante sí y ante el partido.

Unos pasos más allá me topo con un otoñal Rajoy, en estado de eterna espera, y entrado ya, por mor de necios afeites y enjuagues estéticos, en esa deslustrada rebeldía que emerge de ese artificial remozamiento que nos aboca necesariamente a ser reos de una madurez mal llevada y una vejez mal entendida. En su cara de eterno sorprendido, luce una mueca de hastío traspasado de melancolía, irónica sonrisa de gaviota parada en el azul sin cielo del cartel de su partido. La propia del buen opositor que es y que siempre ha sido. Dispuesto, como no, a registrar a su nombre y sin mayor aspaviento la inmensa ruina que nos ronda y que con tan profesional aseo y humana disciplina ha ido pormenorizando día tras día en el libro de asientos de parlamento y en los asentados medios de comunicación.

Buscando en él paralelismos literarios me evoca ese eterno hombre del casino provinciano del que habló Machado. Ese que viste su cara de vacío allí donde no es capaz de llegar ni aún la diestra mano del retocador de turno.

Rajoy espera, el viejo pescador desespera, ¿qué podemos esperar los peces de este mar pescados ya antes de picar? Quizá sólo que el papel mienta. Pero el papel tirita al viento su infinita indiferencia. Y el voto, nos guste o no, no es sino un papel tachado de nombres sin rostro, sin espacio, al fin, para imaginar.