miércoles, 25 de febrero de 2009

EL VALOR DE EMILIO


Debió ser El Estado de Derecho la herramienta que defendiera a Emilio de esa maldición autoritaria que gobierna a los vascos sin otro mandato que aquel que le otorga la violencia.

Su imagen, electrizada de ira y maza en mano nos retrotrae a tiempos remotos, tiempos en los que los hombres forjaban la civilidad a fuerza de martillo y yunque.

Hoy, civilizados hasta la náusea hemos perdido referencia de la más elemental dignidad, la de rebelarnos, la de mostrarnos terribles con aquellos que lo son, con aquellos que nos roban el espacio y alienan nuestras voluntades. En el vértigo de esa confusión buscamos interpretar los actos de un hombre que no ha hecho sino retomarse en el origen, para mostrarnos que aún cabe la esperanza de ser dignos lejos de la pura palabrería, en los actos. En esos actos que definen de verdad no identidad sino esencia, no raza sino razón, porque, no nos engañemos, no es irracional la valentía del singular Emilio, sino la cobardía colectiva de los que desde la más cruel de las hipocresías lo juzgamos y equiparamos con los terroristas y sus acólitos.

Emilio defiende su derecho a existir en libertad y lo hace con la maza porque la voz y el espacio se la robaron, impunemente, hace mucho tiempo.

Emilio no es un héroe, es sólo un hombre libre, en la medida en que él sí ha sabido defenderla allí donde ésta se forja: en la dignidad.

El derecho a ser libre, no se hereda, ni se compra, ni se negocia, se gana. Sea pues, ese, su infinito valor y su prístino ejemplo.


domingo, 22 de febrero de 2009

EL CHOCOLATE DEL LORO


Esa es la expresión preferida a la hora de justificar el elevado gasto que supone mantener el mastodóntico aparato administrativo y político que soporta el país. Tendría sentido, sí como en el caso de la familia burguesa fuese, en la metáfora, uno sólo el pájaro, y no una bandada como es en el nuestro, por lo que tal vez no resulte tan descabellado plantear someterlo a recorte.

Diecisiete gobiernos autónomos, los dos de las ciudades de Ceuta y Melilla, el central, todos ellos acompañados de sus Parlamentos y sus correspondientes aparatos administrativos, más el Senado y la Corona, se me antoja, sin necesidad de atenerme a dar cifras, excesivos.

Juzgo que si un día dispusiésemos a todos los funcionarios y políticos en hilera, ésta sería, al igual que la gran muralla china, visible desde el espacio exterior.

Qué pensaríamos de una persona que teniendo unos ingresos de mil euros al mes, contratara para administrarlos una empresa que le cobrara dos mil. Que es idiota: sentenciaríamos sin vacilar. Pues en esa idiotez vivimos hoy gastando en gestión cifras de todo punto de vista intolerables si las comparamos con la exigua renta de que gozamos.

España es hoy una nación habitada por gobiernos. Gobernada hasta la saciedad. Cercada de centros oficiales. Como panteones en cementerios, así abundan unos y otros. No hay palacio, palacete, caserón, casona, y en su ausencia o como complemento se levanta uno nuevo, en el que no se lea aquí yace la sede de un ministerio, diputación, ayuntamiento, consejería u organismo autónomo.

En estas horas de gravísimos recortes deberíamos reflexionar sobre la verdadera necesidad de tanta segregación, de tanto autogobierno, de tanto derroche para un fin en el que coincidimos todos, el de ser gobernados con eficacia y justicia.

España limita en cada una de sus orientaciones con sus respectivas instituciones. Es más, somos una denominación de origen en el arte de cultivar instituciones, tanto que deberíamos empezar a pensar seriamente en exportarlas. Es decir, construir edificios suntuosos, perfectamente pertrechados de mostradores para empleados y cubículos para jefes de negociado, y luego venderlos a otros países. Como se venden petroleros o barcos de recreo. También podemos exportar políticos y funcionarios. Si no lo hacemos y si seguimos cultivándolos para uso propio va a llegar el momento que no es que no podamos sostenerlos económicamente, es que no vamos a tener espacio físico para ellos.

Ya no se trata de España frente a las nacionalidades, se trata de mostrarnos cuerdos, de tomar conciencia de lo que somos juntos y de lo que somos por separados, y una vez en esa conciencia, intentar discernir si podemos uno a uno soportar el peso de un estado moderno, es decir, dotado de instituciones y órganos de gobierno que no superen en coste a las necesidades para las que fueron creados. Quiero decir, que la consejería de sanidad, por poner un ejemplo, no puede invertir en su organigrama interno más de lo que invierte en hospitales, médicos e instrumental adecuado.

La sociedad tiene un sentido práctico, a él sacrificamos nuestra singular condición: si ésta deja de serlo, si la organización nos desorganiza, si el instrumento se convierte en la necesidad, no estaremos cayendo en la locura de negarnos en el acto de afirmarnos, no deberíamos revisar nuestra concepción de la misma, para dimensionarla y adaptarla a nuestras reales necesidades.

Sé que se puede afirmar, sin mentir, que hace unos meses con las mismas instituciones, con los mismos políticos y gobiernos, el dinero rodaba, pero no se puede ignorar que ese fue el momento de atesorar, de reforzarnos para los malos tiempos. Y no sólo eso, sino de haber invertido más en esas infraestructuras que son más que necesarias, vitales, en la dignidad que como personas merecemos, y que hoy por hoy no se respeta, hablo de listas de espera para revisiones médicas e intervenciones quirúrgicas, de residencias de la tercera edad que son auténticos campos de concentración, de servicios sociales y educativos reales y dotados de las partidas presupuestarias que su ejecución exige... Hablo, en fin, no de lo necesario sino de lo esencial.

Hemos vivido de los Fondos Estructurales y de Cohesión para la convergencia con Europa, pero eso se acaba, y habremos de ser en la medida de nuestras fuerzas, y honestamente no creo que las hallemos sino somos capaces de ser posibles como Pueblo y como Estado.

José Romero P.Seguín

domingo, 15 de febrero de 2009

LA LEVA DEL IDIOTA


(El ruido de la recluta atruena hoy a gallegos y vascos)

Se alza el telón, comienza el mitin, la obviedad es la consigna, la grosera descalificación el arte con que se adereza. Ruge la masa, se estremecen las gradas. La militancia obliga. Se impone elegir arma, nunca la de la razón, bueno estaría que hubiera que mostrarse juicioso teniendo por delante semejante disyuntiva de estúpidas evidencias.

Rendidos a la magia de tamaño desafuero, nos sentimos reclutados para la idiotez de turno, eso sí, con toda la solemnidad que el dislate requiere, y qué hacer, pues nada, dejarse ir, y más, cuando el hecho de flotar te convierte en un hermoso paquebote donde viajan las más exquisitas libertades, las más meritorias dignidades.

En está leva para idiotas en que se han convertido las elecciones, cabe además preguntarse por qué ese interés de unos y otros: políticos, obispos, banqueros, artistas…, por salvarnos, por hacernos ver su luz, cuando no se trata de vendernos nada, pues ninguno de los asuntos que aquí se tratan nos son ajenos, ni debería ser ajena la voluntad de los que no piensan como nosotros.

La elecciones no son, o no debiera ser, una misa cantada de antemano, ni una ópera bufa, ni un negocio, tampoco empresa que soporte el rudo manoseo que imprime el oficio, sino la sana y sencilla acción de elegir programas y gestores para el primer y definitivo acto social: el de la convivencia.

Se impone por ello hallar candidatos que nos hablen de renuncias necesarias, de necesarios compromisos, de la justa redistribución de las riquezas, del consumo responsable, de la responsabilidad solidaria…

Pero para que engañarnos, no se trata de llamarnos a la participación en tan importante jornada desde la responsabilidad y en plenitud de derechos y deberes, sino todo lo contrario, alistarnos en la irresponsabilidad de la obcecación, del vil comercio, de la dádiva, del particular beneficio, con un único fin, despojarnos de nuestra condición de ciudadanos para ser en la voluntad de los convocantes meros vasallos.

Es por ello que en la perruna voluntad de electores estamos además de alienados perfectamente alineados para el combate, insultándonos sin miramiento, refutándonos sin más razonamiento que el exabrupto, y riéndole las gracias al primer ocurrente que nos busque, por el simple hecho de que viste la camiseta de nuestro equipo. Y en ese absurdo trance permaneceremos ferozmente movilizados hasta que la noche del día en que éstas se resuelvan, alguien, qué más da quién, grite: “Rompan filas”, y volvamos cada uno a lo suyo, a cultivar rencorosa perplejidad para otra jornada de lucha en la que vamos a ser sin duda, y aún en la victoria, nuevamente derrotados.

José Alfonso Romero P.Seguín