domingo, 28 de agosto de 2011

EL RUIDO Y LA FURIA


Se ha ido el Papa, también los “Antipapa”. Se ha hecho el silencio y en él propicia la reflexión en aras de buscar entender de una vez y para siempre el sin sentido de la divinización del hombre por el hombre. También el horror que debería producirnos la lamentable necesidad de buscar fortalecer y guarecer nuestras más íntimas creencias y carencias en el grupo, en el rebaño, bajo la severa égida de un pastor.

La maldad del Papa no va más allá de la de cualquier otro líder social, incluyendo a esos que dicen no pretender adoctrinar en ninguna fe o aglutinar bajo ninguna marca, y es que todos, desde el momento en que permiten la reverencia de los demás hombres no están sino socavando el espíritu de su esencia, disminuyéndolos en lo esencial, ajusticiándolos en su singularidad para convertirlos en meros reflejos sobre la pulida superficie del líder.

Esto que digo vale para laicos y religiosos, para ateos y creyentes, para asistentes y oficiantes... Porque todos sin excepción estamos sobrados de fanatismo y faltos de tolerancia. Basta hojear u ojear, oír o desoír el acontecer noticiable de estos días en que se han celebrado las Jornadas Mundiales de la Juventud para entender la necesidad que tenemos de retomarnos lejos del ruido y la furia. Ese ruido y esa furia tristemente capaces de definir la vida, tal como afirma el grave y profundo pensamiento de Shakespeare en Macbeth, cuando dice: “La vida es una sombra… Una historia contada por un necio, llena de ruido y furia, que nada significa”. Cuánta razón le asiste y cuánto nos enseña ese sabio razonar no tanto de la vida como de la condición humana en la ardua y a la vez sencilla tarea de ejercer ese primer derecho, esa inexcusable responsabilidad.

La vida es asombrosa pero jamás una sombra, como tampoco el hombre puede ser eternamente ese idiota que la va gritando lleno de furia y de ruido, sino de ese ser capaz de llenarla de voz y sosiego lejos de la historia y muy cerca de él. Pero cómo no caer en la tentación de vocearla, de comercializarla, de hacerla valer en los demás y a menudo sobre los demás. Cómo no ceder a esa perversa inclinación, e imaginar que sólo la nuestra es merecedora de llamarse vida. Pese a saber, porque lo sabemos, que cada uno dispone de la suya y cada una de ellas define un ser indescifrable y hermoso en el sólo acto de ejercerla. Otra cosa son las miserias con que la enturbiamos, otras las ruindades con las que la ofendernos.

La furia, el rencor y también el odio nace a menudo de esa voluntad entregada y traicionada, lógico y comprensible, lo que no lo es de ningún modo es que nos neguemos a entender que el error no estuvo tanto en el traidor como en la traición del ofrecimiento. Que fuimos nosotros quienes voluntariamente ofrendamos sin derecho ni razón nuestras vidas y sus atributos a alguien para que nos la gestionara lejos de nuestro compromiso, y que un día las tuvimos que retomarlas en la encrucijada de tener que soportar la afrenta por el camino de hacerla necesaria y hermosa, tanto como para buscar imponérsela a los demás. O recogerlas y vestírnoslas ultrajadas y manoseadas para vivirlas, en lo que les reste, maldiciéndolas con el resentimiento que sentimos hacia esos que así las trataron, por no hacerlo con nosotros.

La vida nos pertenece, es nuestra única hacienda, y en ese cuidado debemos tratarla como el bien más preciado de que disponemos. Y no hay cuidado en ir dejándola abandonada en las estaciones de una existencia que rige el mercadeo y el desprecio, en la medida en que nos empeñamos en comerciar con ella y en ese comercio despreciarla.

Las causas justas no nos reclaman la vida, tampoco la necesitan, porque no se nutre su sana naturaleza de carencias sino de pertenencias, ni hallan propicia para su causa la debilidad sino la fortaleza. Son las causas injustas las que necesitan de esa ruindad. Esas, digo, que no buscan llamarnos sino congregarnos sin idea, como quien amontona áridos o bestias, para que el espejo de la masa nos refleje sin forma en una idea que no es la nuestra.

La adoración no justifica vida ni define existencia, sino que denigra a una y maldice a la otra, o viceversa. Hemos pues de desterrarla de una y de la otra, para retomarnos en nosotros mismos y desde esa natural posición ofrecernos a los demás sanos y enteros de carne y espíritu. Libres de otra intromisión que no sea esa a que nos convoca nuestra propia debilidad, nuestra íntima indolencia, nuestra natural inclinación hacia el egoísmo. Exentos, digo, de otra culpa que no sea la nuestra y por la que hemos de responder en nuestro nombre. Sólo así seremos magnánimos y capaces del perdón y de perdonarnos, porque nadie conoce mejor el efecto que aquel que es también causa.

La educación en valores no nos obliga a infravalorarnos sino a crecer en esa idea que nos llama a comprometernos con notros mismos para que no quepa en el compromiso la menor sospecha del adiestramiento sino que brille certera la severa disciplina de la convicción.

No busco comparar ruidos, ni equipararlos, y es que no se trata de ¨Papa si Papa no¨, sino de vivir sin negarnos en la vital afirmación de reivindicarnos en todos y cada uno de los actos de nuestras vidas. Y el hacerlo bajo la sombra de un líder no lo es, como tampoco lo es buscar liderazgo bajo la falsa luz de una rebelión que no pasa de algarada. Que absurdo proceso mental nos lleva a pensar que es peor el Papa que el Antipapa, es que no son acaso ambos ramas de un mismo tronco.

El hombre es dios, exista o no exista éste, porque, mal que nos pese y no debería pesarnos más allá de la lógica turbación que produce vivir, nada poseemos que no sea esa vital certeza. Lejos de ella no habita sino la sombra de una redención imposible y la ilusa posibilidad de un paraíso, glosados ambos, estos sí, por cientos de idiotas llenos de ruido y furia.

5 comentarios:

  1. Me gustó oír cómo contaban algo que decía Vicente Ferrer: que habiendo tales gurús de la economía mundial intentando resolver los grandes conflictos que tanto afectan a la vida del planeta era de esperar una pronta y gran solución; pero que mientras esta llegaba había que buscar urgentemente una pequeña solución a pié de calle para el hambre de cada día, porque el hambre no puede esperar; que no es posible hablar de dios a un hombre que necesita que ese dios se presente como un pedazo de pan, o como agua para su cosecha, o como medicina.

    Yo no alcanzo a ver ni por aproximación qué es esto de la vida o la religión, pero me parece que este hombre bueno señalaba un camino de pragmatismo arrollador, que desmonta cualquier atisbo de coherencia en los discursos elevados de los espíritus más cualificados que puedan distraer lo más mínimo de darle pan y consuelo urgente al hombre que tiene hambre o que sufre.

    Me apunto pues a una vida y a una religión que inviten al hombre al pragmatismo en los hechos, en la solidaridad y la igualdad.

    Tus entradas provocan y eso es digno de agradecer.
    Yo lo hago.

    Un admirado saludo.

    ResponderEliminar
  2. Resulta increíble el modo en que se sostiene el tinglado de la farsa. El marketing religioso, hay que reconocerlo, nos ha impregnado de tal manera, ayudado por la necesidad humana de agrupamiento, que se ha establecido en las capas más selectas y en las más humildes de la sociedad que utilizan la religión en aquellos apartados que les conviene, haciendo de su capa un sayo en los mandamientos que les incomodan. Si a la religión católica le quitáramos los abalorios espirituales, podría muy bien ser una constitución, una manera de entender la vida tan válida como otra, en amor al prójimo, en justicia y en igualdad. Pero todo eso se va a pique en cuanto rascas un poco y conoces todas las maquiavélicas conspiraciones. La vida en común unión, es lo más parecido a lo que aquel Cristo predicó, pero de aquel espíritu apenas quedan las migajas que son las que reparten para que su/nuestra conciencia conserve apariencia de limpieza. La Iglesia ha de estar con los ricos y poderosos para mayor gloria de Dios.
    Un cordial saludo.

    ResponderEliminar
  3. La apuesta, estimado FJavier es clara en la dirección que ese hombre bueno apuntaba con algo más que un puñado de palabras y que tú señalas y a la que te apuntas. Cómo no hacerlo, esa es la verdad y la vida y no la otra. Porque no hay dios que merezca atención frente al desvalido, frente al que sufre, frente al que es él y bien pudiera ser tú y para el que podemos ser más que dios, su hermano en la necesidad remediada. Eso es lo que demando, más fraternidad y menos Papas, más solidaridad y menos caridad…
    Es un placer además de un lujo tenerte por aquí.
    Recibe un fraternal abrazo.

    ResponderEliminar
  4. Dios es música celestial, sólo la oyen aquellos que disponen de auriculares, los demás se han de conformar con su silencio, y es ese silencio el que hemos de aprovechar para retomarnos lejos de él en nosotros mismo.
    Hermosa e inteligente reflexión la tuya amigo.
    Recibe un fraternal abrazo.

    ResponderEliminar