domingo, 13 de noviembre de 2011

A TRAVÉS DEL PAPEL

Paseando por una calle de nuestra capital (pudo ser por la de cualquier otro pueblo o ciudad todas se disfrazan igual para este carnaval de voluntades susceptibles de levar) me detuve bajo el rojo cartel electoral del PSOE, donde, al lado de la consigna: “Pelea por lo quieres”, se ve al candidato Alfredo Pérez Rubalcaba en una postura que me lleva a imaginarlo como un viejo pescador. La felina mirada firmemente clavada en el horizonte plano del agua. En el juego de manos, mientras que con la izquierda templa el sedal, sujeta firme con la derecha la caña, en esa actitud propia del que sabe que el pez ha picado, pero que no ha de precipitarse la captura, que se ha de esperar, que se impone sopesar su tamaño y también su fuerza, en la plena conciencia de que tal ligereza sólo le puede llevar a la fatal ruptura de la tanza y el consiguiente fracaso de la pieza no cobrada.

Esa misma impronta me traslada de inmediato al literario mundo de Ernest Hemingway, consumado cazador, y más concretamente a su relato “El Viejo y el Mar”. Es cierto que el personaje de nuestra historia no representa al agotado marinero, pescador sin suerte, en la medida en que Alfredo viene de un mundo donde puede que el pescado esté todo vendido, pero está, es más, se podría decir que aún es, a día de hoy, el amo de la lonja y también de la suerte de de peces y pescadores. Pero no me negarán que él como Santiago, el protagonista de tan magnífica obra, se visualiza abandonado no sólo de sus compañeros en el duro faenar de los días de gobierno, sino también de su joven amigo de pesca, ese que añora ser sexador de nubes sobre el largo azul del cielo de León.

Digamos, por no hablar de maquiavélicos cálculos, que ha sabido caer desgracia, a juzgar por su infinita soledad en el tabernario juego electoral. Prueba de ello es que se ha de hacer a esta particular marea en compañía de los viejos y fantasmales camaradas de antiguos gobiernos, a los que ya sólo parece ver él. Débiles y lejanas sombras chinescas que se recortan al fondo de un horizonte afortunadamente ya superado. Anacrónicos, sin ambages, en el actual panorama político. Y que aún así no duda en pilotar la vieja barca hasta ese límite sin horizonte que admite la más reciente y elemental memoria. Hasta ese lugar en donde advirtió Cernuda que “habita el olvido”. Y una vez allí, lejos de cualquier evocación de su actual gestión en la tarea de gobierno, y desnudo de otro recuerdo que su nombre y su sombra, ancla la nave y dispone los aparejos: sedales, anzuelos, carnada…, para la que se presenta como una dura y larga jornada de pesca.

Quizá sueña mientras lo hace con ser joven, con no ser el viejo Alfredo, sino el joven Alfredo. A la par que le reprocha a la suerte el no haberlo buscado en otro tiempo y en otro espacio más propicio. Pero, para que engañarse, nadie sabe mejor que él que los momentos no siempre se eligen, que por lo general son ellos quienes lo hacen. Como sabe también que los hombres que nacieron para bregar en la sombra, y él lo hizo, sólo disponen de la deslucida estrella que el duro trabajo les tatúa sobre la piel. Y él es un humilde “paleta” de la política. Un hombre del aparato, sin más carisma que aquel que le otorga el levantarse cada mañana atento a la misión encomendada por ese líder carismático y estrellado hasta el cielo del paladar, con el que finalmente se ha de estrellar en la ardua tarea de alicatarlo de credibilidad.

Aún no ha tocado el agua el anzuelo convenientemente cebado, y ya se le hace presente la certeza de la captura, es por ello que cuando la siente morder no se muestra inquieto, ni se apresura a tirar del sedal, y menos aún a mover el carrete. Y no lo hace porque sabe que el enorme pez que se ha enganchado, no es sino esa fabulosa pieza amiga que ha de saber conducir intacta a puerto.

Se sacude inquieta la captura en el desasosiego de su ideología, tal vez traicionada, tal vez sólo conmovida por la posibilidad de la derrota. Se agita cada vez más nerviosa y percibe Alfredo bajo sus pies el indescriptible peso de su poder, no en vano, son diez millones de votantes, la exacta suma del capital humano de su partido. Se ha de mostrar por tanto cauto, no se trata de romper el círculo maldito de la anunciado derrota, ni diluir la amarga sombra del pérfido fracaso. Su misión no es tampoco la de deslumbrar a sus competidores sino la de hacerles saber que es capaz de llevar buen puerto ese capital humano, esa humana esperanza.

Sabe que el camino es largo, tanto como los peligros que lo acechan. Que unos y otros van a tratar, por todos los medios a su alcance, de ir devorando su patrimonio, debilitando así sus fuerzas y con ellas la ocasión de conseguir ese puesto de pescador mayor del reino para el que se postula.

La calle se desangra en el mar de calles que la escoltan ciudad adentro, y en todas ellas navega al viento el candidato dispuesto a no claudicar, a no dejarse derrotar, a conducir a seguro ese trofeo que le avala y distingue ante sí y ante el partido.

Unos pasos más allá me topo con un otoñal Rajoy, en estado de eterna espera, y entrado ya, por mor de necios afeites y enjuagues estéticos, en esa deslustrada rebeldía que emerge de ese artificial remozamiento que nos aboca necesariamente a ser reos de una madurez mal llevada y una vejez mal entendida. En su cara de eterno sorprendido, luce una mueca de hastío traspasado de melancolía, irónica sonrisa de gaviota parada en el azul sin cielo del cartel de su partido. La propia del buen opositor que es y que siempre ha sido. Dispuesto, como no, a registrar a su nombre y sin mayor aspaviento la inmensa ruina que nos ronda y que con tan profesional aseo y humana disciplina ha ido pormenorizando día tras día en el libro de asientos de parlamento y en los asentados medios de comunicación.

Buscando en él paralelismos literarios me evoca ese eterno hombre del casino provinciano del que habló Machado. Ese que viste su cara de vacío allí donde no es capaz de llegar ni aún la diestra mano del retocador de turno.

Rajoy espera, el viejo pescador desespera, ¿qué podemos esperar los peces de este mar pescados ya antes de picar? Quizá sólo que el papel mienta. Pero el papel tirita al viento su infinita indiferencia. Y el voto, nos guste o no, no es sino un papel tachado de nombres sin rostro, sin espacio, al fin, para imaginar.

7 comentarios:

  1. Ver estampa al completo en cartel tamaño grande de Alfredo.
    Fraternal abrazo.

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  2. Dicen que el papel soporta cuanto le echen. Pero va a ser que tienes razón, que no dan puntada sin hilo y que la gestualidad está calculada por docenas de asesores (a millón la hora) que se devanan los sesos intentando alcanzar los pensamientos de los peces, su itinerario, sus costumbres, sus dietas, para cebar la caña con el gusano más apetecible. Si toda esa imaginación la usaran para provecho de la fauna y flora del río, otro gallo nos cantara. Y lo curioso, es que existe la pesca desde antes de tener noticias escritas. Y siempre se ha pescado. Como si una marca genética, incompresible al sentido común, nos obligase a remontar el río a desovar aún a sabiendas de que nos esperan en cualquier "pesqueira". Acudimos, mansos y disciplinados a la cita de pesca sin muerte, que llena de razón al pescador para otros cuatro años en que, de nuevo defraudados los peces ante el mismo gusano, ceban ellos la espiral, hasta el infinito. Y más allá.

    Y qué gran retrato nos dibujas del viejo y del registrador del mar! Indagas en su interior y trasluces, más allá de los reproches, un sentimiento de comprensión por los pescadores de temporada que te dignifica como pez. Porque es difícil permanecer nadando y no saltar del agua para incarles los dientes en la nariz!
    Se ve que eres un pez de sangre azul.

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  3. Zapatero se quito de la pana porque barruntaba que el sol calentaría día y noche; ahora Rubalcaba vuelve a ella pero alguna esta raída y otra se ha convertido en tergal, así que tendrá que cobijarse con las mantas que se haya podido agenciar...
    A Rajoy le basta con mostrar las mantas de Rubalcaba.

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  4. Pescadores de altura, eso son, le pongo caña por la coña de la apostura, pero son de la mala volanta, de arrastre, de deriva, de malas artes en definitiva. Pero que se le va a hacer, ya sabemos que el bipartidismo es un mar de monotonía, y que el rancio nacionalismo provinciano lo es de melancolía, de ahí la propensión de la ciudadanía a las amargas mareas de la monomanía.
    Nosotros parecemos creer, a la fuerza ahorcan, en los peces de colores, y ellos, por fuerza de la costumbre, nos visualizan en una gama de grises. La verdad es que llegados a este punto no nos vemos, aunque lo disimulemos con una prueba que exige aplomo el de introducir el voto en la urna.
    En fin amigo, que no son buenos ni malos, son sólo la expresión de lo que les hemos pedido que sean, nuestra justificación, nuestra culpa…
    Hermosa alegoría la tuya, en la que entre paños y tejidos, pones el dedo en las carnes para decirnos, bástale al registrador señalar con el dedo al escuálido Rubalcaba.
    Gracias por tu visita, tu ingenio y cariño hacia este elemntal “tunido” de sotos embravecidos.
    Recibe un fraternal abrazo.

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  5. El Presidente de la Rae, que debe leer tu blog y le alabo el gusto, me envía una amonestación seria. Me dice que jamás debo incarme ante nadie, sino hincarme. Anda uno tan apremiado que no se para a estudiar lo que ignora. Doy fe de la errata. Perdón, del error.

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  6. ¿Un Estado piscifactoría donde vivir el espejismo de un mar abierto?
    El recuerdo poético del inmenso azul sucumbe a la urgencia del hambre y muchos suplican desde el anonimato algo de esa harina de pescado con la que cerrar el círculo.
    Gran dosis de pesimismo, que otra cosa puede surgir en esta agua, tan llena otrora de historia y esperanza, ahora repleta de inmundicia y mediocridad.
    Pero la desesperanza moldea un cerebro desesperado. No creo que hagamos bien cediendo a la negritud. Así que me permito añadir un poco de humor:

    “Un día, un florista fue al peluquero a cortarse el pelo. Al acabar pidió la cuenta y el peluquero le contestó:
    - No puedo aceptar dinero. Esta semana estoy haciendo un servicio comunitario.
    El florista quedó agradecido y dejó el negocio. Cuando el peluquero fue a abrir el negocio, a la mañana siguiente, había una nota de agradecimiento y una docena de rosas en la puerta.
    Luego entró un panadero para cortarse el pelo, y cuando fue a pagar, el peluquero respondió:
    - No puedo aceptar dinero. Esta semana estoy haciendo un servicio comunitario.
    El panadero se puso contento y se fue. A la mañana siguiente cuando el peluquero volvió, había una nota de agradecimiento y una docena de roscos esperándolo en la puerta.
    Más tarde, un profesor fue a cortarse el pelo y en el momento de pagar, el hombre otra vez respondió:
    - No puedo aceptar dinero. Esta semana estoy haciendo un servicio comunitario.
    El profesor con mucha alegría se fue. A la mañana siguiente, cuando el peluquero abrió, había una nota de agradecimiento y una docena de diferentes libros, tales como ' Cómo mejorar sus negocios' y 'Cómo volverse exitoso'.
    Entonces un diputado fue acortarse el pelo y cuando fue a pagar y el peluquero nuevamente dijo:
    - No puedo aceptar dinero. Esta semana estoy haciendo un servicio comunitario.
    El diputado contento se alejó. Al día siguiente cuando el peluquero fue a abrir el local, había una docena de diputados haciendo cola para cortarse el pelo gratis.
    Esto, querido amigo, muestra la diferencia fundamental que existe actualmente entre los ciudadanos comunes y los miembros del Honorable Congreso de la Nación.
    Por favor, en las próximas elecciones (2011), vota con cuidado...
    Atentamente,
    EL PELUQUERO”


    "Tuvimos que luchar contra los viejos enemigos de la paz: los monopolios comerciales y financieros, la especulación, la banca irresponsable, la lucha de clases… Creyeron que el gobierno de EEUU era un apéndice de sus propios asuntos. Ahora sabemos que el gobierno del dinero organizado es tan peligroso como el gobierno del populacho organizado." (Franklin D. Roosevelt, 1936)

    Saludos.

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  7. Hermosa, reveladora y profunda reflexión sobre un mundo falto de la más elemental cordura, esa digo, que proyecta al hombre muy por encima de de sus necesidades elementales, que decir, de las superfluas.
    Gracias por tu visita y por tan magnífico comentario.
    Recibe un fraternal abrazo.

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