jueves, 29 de diciembre de 2011

MUERTE Y RESURRECCIÓN


Afirma el poeta John Donne“…La muerte de cualquier hombre me disminuye…”. Sabía reflexión, pues, es cierto, la muerte de un hombre supone siempre una derrota para la raza humana tanto en lo cuantitativo como en lo cualitativo, no en vano nos merma física y psicológicamente.
No obstante, entiendo que la máxima rige sólo para aquellas personas que se baten en los ámbitos de la singularidad y como tal no derrotan a nadie que no sean ellos mismos. Hablo de esos millones de hombres y mujeres que enfrentan la vida a expensas de sus propias fuerzas y capacidades, sin renunciar por ello a relacionarse y promocionarse tanto social como laboralmente.
Pero qué pensar cuando el fallecido en un ser que ha disminuido a millones de hombres hasta el extremo de hacerlos danzar al ritmo de su voluntad. ¿Está en este caso justificado llorar su pérdida?, ¿o deberíamos por el contrario alegrarnos y afirmar que con su muerte ganamos todos? En la nada descabellada idea de que su ausencia posibilita que esos seres sometidos a su autoritaria voluntad puedan crecer y evolucionar para pasar de no contar en el desdén de sus días a ser esenciales en su indiscutible singularidad e irrepetibles en su libertad, y como tal merecedores de ser tenidos en cuenta a la hora de esa terrible merma que hace gemir a la humanidad.
El presidente norcoreano Kim Jong-Il se ha caracterizado por imponer a sus conciudadanos, a través del mutismo a que conduce la militarización, el peor de los silencios, ese que ordena almacenando sin miramiento, ese que encadena sin respeto, ese que anula conciencias como si fuesen meras apetencias. Consiguiendo que éstos evolucionen en su expresión humana como un todo sin márgenes definidos en ninguno de los ámbitos en que se debiera resolver su existencia, como si de un banco de peces se tratase, o acaso sólo aterrorizadas manadas ñus o cebras huyendo del depredador.
A esta aberrante e injustificable situación sólo se puede llegar mediante un proceso masivo de alienación, tendente a idiotizar a todo un pueblo hasta el punto de que se crea que has podido leer y escribir 18.000 libros, que son los que dicho dictador se atribuye. A este respecto deberíamos atenernos a aquella ingeniosa afirmación de Émile Faguet, biógrafo de G.Flaubert, en la crítica de su obra “Bouvard y Pecuchet”, y que dice así: “Si uno se obstina en leer desde el punto de vista de un hombre que lee sin entender, en muy poco tiempo se logra no entender absolutamente nada y ser obtuso por cuenta propia.” Qué duda cabe que el tirano lo ha conseguido con creces, lástima que no haya sido por cuenta propia sino de su pueblo. Pero no nos engañemos, él no es ni el crítico Faguet, ni tampoco ninguno de esos dos entrañables personajes en que apoya Flaubert su obra sobre la simpleza del hombre, y de los que en un momento se apiada escribiendo: “Entonces se desarrolló en su espíritu una facultad molesta, como era la de reconocer la estupidez y no poder ya soportarla”. Frase que les redime de toda culpa y los catapulta a un grado de conciencia lógico y consustancial con su esencia. Sin embargo, Kim Jong-Il no ha hecho otra cosa que agrandar la infecunda sombra de la estupidez, es más, ha sabido hacer de ella el motor de su existencia y la de su pueblo.
Pero no sólo fue inmoderado en el área de las letras, sino que como todo dictador de este corte, es decir, uno más entre esos que habiendo atisbado en un golpe de lucidez la apremiante necesidad de terminar con dios, caen fatuos en la tentación de suplantarlo, mostrándose providenciales y proveedores en todos los órdenes de la vida de sus pueblos. De ahí la tentación de controlar a su antojo el clima, la de multiplicar los panes y los peces, la de convertir el agua en vino y la de rediseñar especies como la vaca enana o el conejo gigante, en un desmedido afán por proveer a su pueblo en aras de una más sistemática y malvada desprovisión.
De todos modos no buscan ser dioses por el vicio de serlo sino por el afán de usurparlo allí donde aflora la idolatría y el sibaritismo de que hace gala cualquiera de ellos, sea por su imperativo o por la libre interpretación que de él hacen las empresas, léase iglesias, encargadas de gestionarlos. De ahí que este dios menor, fuese aficionado a la langosta, al caviar y al coñac de 650 dólares la botella. Y cómo no, a rodearse de una vasta iconografía con la que emborronar: hogares, plazas, calles y despachos.
Lejos de la ironía habita la cruel realidad de una sociedad encarcelada tras el rostro barrote de este ser sin escrúpulos que no ha sabido gobernar a su país sino esclavizarlo. La esclavitud ni podría ni debería ser considerada jamás como una forma de gobierno, sino como lo que es, una forma de tiranía que no merece perdón. Sin embargo, la diplomacia ordena honrarlo como a un presidente de gobierno para vergüenza de ella y de la humanidad.
Mientras haya países granja, donde el ser humano carezca de valor, qué valor le cabe a la humanidad en su conjunto. Sólo cuando la valía en el derecho y la libertad de todos y cada uno de los hombres de la tierra sea la referencia de la pérdida y no la de su muerte, habremos podido dotar de sentido la frase de J. Donne. Porque la muerte no nos extravía sino que nos retoma, sin embargo la privación del elemental derecho a existir conforme a nuestras convicciones y creencias sí que nos pierde en nosotros y en eso que de nosotros hay en los demás.
No alcanzo a comprender, me digo, como un hombre puede llegar a ser tan estúpido como para creerse dios, o sencillamente dejarse tratar como a un dios. Lo digo sabiendo que me estoy mintiendo, porque sé que es su maldad y la de todos aquellos que lo rodean y se aprovechan de él y su régimen de terror quien lo hace. Pero aún así me niego a creerlo, porque me es más fácil pensar que hay alguien tan simple como para creerse poseedor de virtudes que le hace merecedor de esa perversa suerte.
Cabe pues preguntarse y me pregunto, ¿por quién doblan en este caso las campanas?, porque no lo hacen por mí, ni, a mi juicio, por nadie que merezca el dolor de ese esencial tañer. Cesen, por tanto, de doblar, pues no celebramos la certeza de una muerte sino la posibilidad de una resurrección.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

LA PATITA DE AMAIUR


Amaiur despega en su regreso a las elecciones consiguiendo la nada desdeñable cifra de siete diputados, realidad que suscita el lógico recelo en el seno de la sociedad española, porque, para qué engañarnos, no son siete hombres y mujeres dispuestos a arrimar el hombro en la gobernabilidad del Estado, sino que viajan al Congreso de los Diputados con la clara intención de romperlo, de forzar su salida, en una palabra, vienen con la clara intención de recordarnos días tras día que quieren abandonarlo. Tan contradictoria escenificación es netamente consustancial con el espíritu democrático en el que, como es lógico, han de tener cabida todas las opiniones y todas las reivindicaciones que se realicen dentro de los cauces que marca el Estado de Derecho.

El independentismo vasco está de nuevo en la casa de todos para recordarnos que no quiere estar y eso ha de celebrarse en lo formal y lamentar en lo esencial, en lo que demanda el sentido común y la propia realidad de la que vienen, no en vano representan las aspiraciones de una banda terrorista que ha cometido centenares de crímenes y producido inmensos estragos materiales y morales tanto a los propios vascos como al resto de los ciudadanos de España.

Entiendo que su presencia es, por más que repugne que lo hace, indispensable en el panorama político y también dentro de las instituciones, porque sólo así podrá comenzar a visualizarse lo que esconde, lo que en definitiva representa, en una palabra, su valía política en el ámbito de la gestión de los problemas de sus ciudadanos. Porque una cosa es destruir y desestabilizar y otra gestionar y dar estabilidad.

Su credo es elemental en extremo, conseguir la independencia del País Vasco, segregación en la que cifran ellos toda esperanza de un ser que, como el bálsamo de fierabrás, sea la solución de todos los problemas de esa tierra. En esa reivindicación vuelcan todo su talento político, toda su capacidad de gobierno. Pero de todos es sabido que la permanente disconformidad conduce a la melancolía, peor aún, a la monomanía, y muy especialmente cuando detrás de ella deje de alentar la bestia sin alma de la organización terrorista que la avala y de algún modo maldito, tutela.

El día que acudan desnudos de otra voluntad que la suya, libre de esa que les convierte en ilegales dueños y señores de vidas y haciendas, se verán en la exacta medida de lo que son y de lo que representan, porque será entonces cuando serán tratados como iguales en el dispar y a menudo injusto ámbito de la gobernabilidad. Cuando se le exija que cuantifiquen en bienes tangibles su teoría patria, esa sobre la que ahora gira despreocupada su andanza política. Esa que defendería hasta un niño, con hechuras de pataleta, dispuesta siempre a hallar en el estado un elemento desestabilizador y como tal culpable de todos sus males.

Las reivindicaciones de esta formación política, como otras del mismo corte, aunque no misma calaña, son tan elementales y faltas de contenido que se tornan atractivas en la medida en que consiguen trasladar a los ciudadanos que las votan la idea de que la consecución de un supuesto derecho a decidir y una decisión independentista les redimiría de todos sus problemas. Idea que ha reforzado el mismo sistema y dentro de él el Estado, al permitirles en el juego democrático de mayorías y minorías que cobren por apoyar u oponerse a determinadas leyes o propuestas del gobierno de turno. En un acto que puede ser legal, pero que no es en absoluto legítimo, por lo que entraña de burla al fondo ideológico que dicen representar. Y lo que es peor, convierte la gobernabilidad en un acto de mercadeo, en el que prima el beneficio a la razón, el egoísmo a la generosidad que demanda la convivencia y la solidaridad a la indiferencia más absoluta hacia los demás.

Frente a ellos aplaudo sin reservas la mayoría absoluta del PP, igual que si fuese del PSOE, en la medida en que les permite tomar las decisiones que hayan de tomar en plena libertad de decisión, sin tener que verlas sometidas al peaje de partidos regionalistas. Es cierto, que ello empobrece la democracia, al privar de voz o capacidad de decisión a un importante número de ciudadanos que eligieron otra opción política. Pero como he dicho, esa premisa sólo se cumple frente a los partidos que defienden desde su particularidad una política común para todos los españoles. Es más, esos que no ponen a su apoyo otro precio que el de ver cumplidas sus exigencias ideológicas, votando en sentido positivo aquellas leyes o decisiones compatibles con el espíritu de su pensamiento político. Y no para éstos que sólo piensan en ellos, y que no dudan en apoyar decisiones de gobierno que deberían repugnarles, sin con ello consiguen un precio económico, una compensación con la que presentarse ante su pueblo como auténticos benefactores. Y así son y han sido celebrados por todos aquellos que ven en el acto un legítimo comportamiento de redención y restitución de unos bienes supuestamente arrebatados.

La mentira de la deuda histórica ha recorrido la piel de España en todas direcciones, y está, mal que nos pese, en el origen de muchos de los males que nos aquejan y que hemos de resolver. Porque nadie debe nada a nadie, sino que todos nos debemos hoy aquí y ahora a la realidad que nos ha tocado vivir, porque es así como se forma algo más importante que la historia, me refiero al día a día de los hombres y mujeres que no esperamos otra cosa que nos permitan vivir dentro de unas condiciones de dignidad y respeto. Hombres y mujeres que son patria y nación sin necesidad de vivir en la permanente obsesión de reivindicarlo de continuo, en el convencimiento de que tales sentimientos no tienen por sí mismos otro valor que aquel que en ese ámbito queramos concederles. Porque lejos de ellos el mundo se mueve bajo unas férreas directrices económicas y políticas que no entienden sino del valor que como individuos y estado atesoramos.

Esa realidad economicista no es buena, lo sé, pero la suya no es mejor, porque no está en el esfuerzo de cambiarla sino en el prehistórico afán de retomarse en el inicio de este maldito juego, en el que buscan deliberadamente confundir nación con estado, que es tanto como confundir la realidad con el sueño. Porque es el estado y no la nación quien marca el progreso y la salud democrática de una sociedad.


martes, 13 de diciembre de 2011

EL MILAGRO DE IÑAKI


El Excmo. Sr. Urdangarín, duque consorte, ha tenido la suerte de que se le tornara rentable su altruista y no lucrativo Instituto Nóos. La beneficencia de los magníficos es dada a esa suerte de milagros, de tal modo que el filántropo y su socio y amigo, se vieron un día arrastrados por la buena estrella de los vientos favorables hacia una senda de millonarias colaboraciones institucionales. Beneficios que ellos han sabido encauzar en la buena dirección, a fin, entiendo, de que cuando se produzca la necesidad social para que fue concebida la entidad no sólo puedan restituir lo ingresado sino también los intereses obtenidos.

Ocurre que en ese tránsito ha hecho acto de presencia la policía y ha denunciado como delictuosa tal práctica. Antojándosele, en el juego calidad precio, abultados los costes y sospechosas las salidas caribeñas de los euros percibidos.

A Iñaki se le pagaba por su estar en lo adquirido de su ser ducal y no por su saber elemental. Extraña, eso sí, que tan aventajado visitador del “Rincón del Vago” en busca de informes que endosar, no se percatase de la imaginativa formula que utilizan en la red los magos de la reventa, publicitándose en los siguientes términos: “Vendo informe deforme y copiado y regalo flemática presencia para actos académicos, entreactos políticos y saraos sociales”. De ese modo podría haber cobrado con todos los parabienes legales la cantidad que su generoso talante demandase.