domingo, 1 de diciembre de 2013

LA HERÁLDICA DEL HUMILDE

La heráldica marca la gesta heroica de una estirpe, trazando el mapa de una memoria casi indestructible por su capacidad de trascender, de grabarse a fuego y sangre en las paredes en favor de un simbolismo cuajado de arcanos difíciles de descifrar. A partir de ahí la conducta de sus descendientes no hará perder al escudo el brillo que produce la fascinación del poder y la gloria, aún los más deplorables.

Sin embargo, los blasones de aquellos hombres y mujeres que nacieron a la vida por el túnel del esfuerzo y ya no lo abandonaron, que surcaron mares en busca de fortuna de la mano de una garlopa y un martillo, que cortaron caña de azúcar en Camagüey. Y regresaron un día derrotados, que no vencidos, y en prueba de esa fe se retomaron en la gleba de su patria, para ir tatuando sobre ella y su piel el escudo de sus apellidos. A esos, paradójicamente, parece que no les debemos memoria, la suya se torna frágil y quebradiza a poco de haber perdido su lugar en este mundo. Y todo lo que fueron, también su primoroso escudo de sangre y sudor, es vendido en sucia almoneda, como si no fuese nada, acaso una traza de roña que hay que lavar para sentirse de verdad libres y capaces. Obviando que lo poco o mucho que somos es por ellos y su ejemplo. Y que cuando nos deshacemos de sus pertenencias y malbaratamos su bienes no estamos sino haciéndolo con nosotros mismo, en el tránsito de la heráldica del humilde a la merma del miserable.

1 comentario:

  1. No es extraño que el trabajo abnegado de las madres no conozca blasón. Los escudos fueron diseñados para enaltecer el orgullo y la omnipresencia del poder. Pero la evolución es pendular y las gestas cambian de signo. Para quienes renegamos de mitos y leyendas, para quienes no atendemos a dioses y liturgias, el ejemplo del esfuerzo, entrega y humildad de las madres sin escudo representa la clave en la genealogía de la verdadera virtud.

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