domingo, 21 de noviembre de 2010

“LA BALSA DE LA MEDUSA”



En 1816, la fragata francesa “Méduse” capitaneada por D. de Chaumereys, marino sin experiencia y elegido por favoritismo, se extravía y encalla en las costas de África. Ante la imposibilidad de reflotarla, la abandonan y buscan ganar la orilla, pero los botes sólo tienen capacidad para una parte de la tripulación, viéndose el resto en la necesidad de hacerlo a bordo de una rudimentaria balsa. Sin víveres y sin apenas espacio, Inician un viaje a los abismos de la degradación humana, (suicidios, asesinatos, canibalismo) que plasma con toda crudeza T. Géricault.
Imaginemos que esa embarcación se llama sistema financiero, que sus capitanes son tan ambiciosos como indolentes, que la nave vara en los manglares de su avaricia, y que pese a los costosos esfuerzos de los estados y organismos internacionales por salvarla, no se consigue y se ha de abandonar. Momento en el que una selecta minoría, entre ella los responsables del desastre, subirán a los botes, viéndose los demás en la necesidad de hacer frente al embravecido mar de la crisis a bordo de una endeble balsa. No es difícil imaginar el cuadro, hombres y mujeres acosados por el hambre, derribados junto a sus más elementales derechos sociales, exiliados de la solidaridad, ajenos a la caridad y obligados a la impiedad de devorarse para sobrevivir.
A ese naufragio se le llama crisis financiera, a la balsa, plan de rescate, y a la pesadilla del tránsito, recortes sociales.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

LA MARMITA DE PERONISMO




A un acto de humanidad le sucede invariablemente uno en sentido opuesto. Así parece estar escrito en aras de consumar la historia, terca en la tarea de repetirse hasta el hartazgo. En esa voluntad al rescate de los mineros chilenos, se contrapone el funeral de ex presidente argentino Néstor Kirchner, dos espectáculos lamentables, dos disímiles miradas sobre la humanidad y lo incierto de su destino. El primero encarnó una humana apuesta por la vida, manoseada por el descaro con que se disfrazó a aquellos humildes mineros de astronautas, al sólo objeto de que luciese el rescate y escamotear a la vez la cruda realidad en que vivían. El segundo, sin embargo, supuso un inhumano grito en favor de la muerte, porque humano es enterrar a nuestros muertos, pero de ningún modo lo es divinizar a un semejante, y eso fue lo que se hizo.
Asistí a los dos, imposible sustraerte, fragmentados ambos en las miles de imágenes que ofrecían machacones los noticiarios.
Durante la dantesca celebración del funeral de Néstor Kirchner, hubo un momento en el que se nos ofreció la imagen del enrojecido ataúd en una posición en la que sólo se veía uno de sus redondeados extremos, con sus ampulosas asas colgando, fugaz visión que me llevó a equivocarlo con una enorme y candente marmita, grosera pota, en cuyo interior reposaban algo más que los restos del fallecido, la pócima de futuros desconsuelos políticos para futuras desesperanzas sociales.

El infame brebaje con el que se va a nutrir el viejo peronismo “justicialista”, capaz de urdir mitología a ojos de una sociedad moderna, atea y culta, se fue destilando a fuego lento, durante ese eterno funeral de miradas acristaladas por costosas gafas de marca y barbas ralas. De calles llenas de gentes buscando acallar la evidencia que les gritaba, “ha muerto un hombre, sólo eso, y ese es el espacio de su ausencia”. De excesos insoportables en el halago y la teatralidad de la pérdida, como también en la pérfida idolatría del difunto.
Es así como forjan los pueblos sus cadenas, no conformándose con delegar en el líder, con dejarse liderar más allá de sus propias responsabilidades.
Afirmo, eso sí, que si en verdad él cargó con ellas, hicieron bien en salir a llorarlo, porque en ese caso algo esencial de ellos murió con Néstor. Pero si sólo fue un presidente electo, y no mesiánico y selecto como me temo, nada le debían que fuese más allá del humano dolor en la pérdida y el oficial reconocimiento que merece un muerto que se postuló un día para ser el primero en la tarea de gobierno y lo fue.
He visto antes estas tristes maneras en otros pueblos, también en el nuestro, creí entonces que era el miedo, creo hoy que es debilidad moral, desconfianza en nuestra propia naturaleza, indignidad en definitiva.
Viendo el espectáculo no era difícil adivinar, escondidos bajos los gabanes de todo pelaje que vestían los asistentes, las siluetas de los largos y ávidos cucharones que portaban. No han de tardar en meter cuchara en la olla para sacar tajada. Para el pueblo queda el infame caldo del siempre postergado reparto, ese elixir que ha de fluir a sus expensas, eterno y eternamente mágico a sus ojos y en sus bocas, en todas sus horas de esperanza y también en las de desesperanza.
A la marmita de Perón, la avivó la llama fúnebre de una joven Evita, ahora la agiganta el escuálido Néstor, mañana será la esmaltada Cristina, pasado tal vez Maradona, y suma y sigue. Que no pare la farsa

lunes, 1 de noviembre de 2010

UNO ENTRE MIL



Ha muerto el caballero sindical Marcelino Camacho. Petirrojo de humana hechura, que lucía como estandarte de dignidad, humilde peto de roja lana, bajo el que palpitaba pletórico de solidaridad su valiente corazón. Ese que lo guio concienzudo en la ardua batalla de la igualdad en derechos y libertades. Contienda que exige más que palabras e ideas, sacrificios y lealtades, para que ambas sean posibles.
No hemos perdido sólo a un sindicalista, sino a un idealista, en la medida en que defendía ideales que van más allá de la simple mejora salarial o el derecho laboral, esos que buscan cambiar los rumbos que propician esas tempestades, esos, que no son susceptibles de someter al necio criterio de una mesa de negociación, porque no son negociables. Ese ha de ser su precio, el de no ser el precio de nadie ni tampoco poner precio a nadie. Marcelino era un hombre entre mil, así lo certifico el injusto Proceso a que fue sometido. Un hombre que creía en lo que pensaba y pensaba en lo que creía, muchos son los hombres que no hacen ni una cosa ni la otra.
Este hombre de lanas y canas, tejió entorno así una leyenda de leal honestidad que debiera ser ejemplo para todos, compartamos o no sus ideas, porque un hombre leal y honesto es siempre un buen compañero de viaje. Su fortaleza y coraje, las otras dos virtudes que lo adornaban, cierran el círculo de su ejemplaridad en el ejemplo, convirtiéndolo en un hombre ejemplar.
Descanse en paz.