miércoles, 19 de octubre de 2011

EL ALBA DE LA DUQUESA



La mujer que acumula más nombres, títulos nobiliarios, tierras, terruños, palacios y cortijos se ha casado con Don Alfonso Díez, funcionario de carrera, buscando, sospecho, la seguridad que da el disponer en tan desmedido hogar de un esposo que a día de hoy disfruta de un puesto de trabajo fijo, descansado y bien remunerado. En fin, que la Duquesa ha dado el “calzoncillazo” del siglo, y no al contrario como muchos mal pensados quieren ver, invirtiendo el orden de los intereses. Llegando a la injuriante conclusión de que la profesión de anticuario de un hermano de Don Alfonso haya tenido algo que ver en la elección de éste, como si la de Alba fuese esa codiciada reliquia con la que todo coleccionista sueña.

Muchas son, al margen de esta maledicencia, las elucubraciones que el noviazgo y feliz casamiento han merecido a lo largo y ancho de la geografía de éste su patrimonio, es decir, España. Hay quien gusta enfocarlo por el lado romántico, otros advierten en tal decisión un rasgo de rebeldía propio del espíritu juvenil e indomable de la dama. No son pocos los que se decantan, como ya he dicho, por el del puro interés del varón. Y algunos, que de todo hay, en un insano dejarse llevar por su mala entraña se deslizan entre lo senil de Doña Cayetana y una supuesta parafilia del novio.

Yo, por el contrario, me decanto por una relación que habla de la indiscutible madurez de la Duquesa que en un sabio asentar la cabeza ha ido a elegir entre cientos de posibles candidatos a aquel que mayor seguridad puede aportar a tan vasta propiedad. Algo que no merma en absoluto el desenfreno amoroso y el apasionado idilio a que aboca el amor a los amantes.

Afirma dramático algún que otro poetastro de lo aristocrático: “Cuando el mundo se hunde, esta sabia mujer se lo pone por montera”. Y no mienten, ella que viene de una familia de probada fama en el arte de saber situarse en la historia ha decidido incorporar a su patrimonio el valor seguro de un funcionario, especie protegida en un mundo en el que impera la desprotección laboral. Ese ser cotidiano en el extraordinario de poder acudir todas las mañanas a su puesto de trabajo sin temor a que se haya venido abajo el chiringuito. En fin, que efectivamente percibe el hundimiento y ante él reacciona cabal, estirpe obliga, y lejos de amilanarse reclama para sí el último de nuestros patrimonios públicos: el proletario de la intendencia social, el paleta de la administración pública, el sostenedor de la burocracia, el hacedor del milagro de llenar los muchos y regios edificios que albergan las sedes de nuestra gobernanza. En una palabra, a día de hoy, un igual, porque él en su humilde condición de plumilla pertenece a la grey que habita después de la desposada en más palacios, palacetes, casonas y caserones.

En fin, que se han casado dos grandes de España, escenificando no sé muy bien si el sepelio de ésta o el amanecer de un nuevo orden, ese en que los nobles se emparejan con los escribientes para poner a su nombre lo que reste, en la que será sin duda la almoneda de rancias antigüedades más importantes de nuestra reciente historia.

Pero el pueblo soberano no se ha echado a la calle con el ánimo de restablecer el orden perturbado, sino para embeberse como buen vasallo con la última “campechanada” de la “señorita”. Absurda debilidad que llevó a sentenciar a mi mujer viendo el alborozo que producía entre prensa y súbditos una de esas bajadas de nuestro Rey a la cotidianidad del populacho: “Nos desvivimos por convertirlos en seres extraordinarios para luego aplaudirlos en lo ordinario”. Y es cierto, los colmamos de títulos, tratamientos y cuanto rancio abalorio existe en materia aristocrática en la insana idea de endiosarlos, de convertirlos en intocables, para luego exigirlos lisos y llanos en el trato: quien lo entienda que lo compre.

De hecho a día de hoy se oye exclamar con admiración en mercados y parlamentos refiriéndose a tan insigne casamiento: “Se casó como una más”. Y es cierto, ocurre que lo asombroso es que nos sorprenda, cómo se iba a casar, a caso como una menos, no señor. Se ha casado como lo que es, una mujer enamorada. Otra cosa es la propiedad, las propiedades, la oportunidad y las oportunidades. De todos modos a ella esto no le suena a nuevo, ni le va a inquietar, está acostumbrada a saberse perdonar por boca de terceros que no han dudado en tildarla de comunista siendo como es la primera entre los terratenientes, y en esa ficticia condición marxista legítima dueña de mitad del país. Eso en la esfera del progresismo. En lo que respecta a los conservadores le ha sido y es suficiente recitar como un mantra sus ciento y un nombres y sus mil y un títulos nobiliarios, esos que le conceden derecho de propiedad sobre innumerables posesiones rústicas y urbanas y las de aquellos que las habitan y trabajan.

Y ahora que ha tomado posesión de un funcionario qué decir, pues eso, que es baja y llana, pero no tonta, sólo faltaría, aunque me temo que eso de pura mala intención que tenemos nadie se lo va a echar en cara sino al bueno de Alfonso, hombre objeto de deseo en todas sus vertientes.


6 comentarios:

  1. Muy bueno. Veo que los años dedicados al estudio de las ciencias irónicas dan sus frutos. Ah! que tendrá el sentido del humor (aunque un punto corrosivo) que permite decirlo todo (y callar con elegancia lo que resta).
    Sólo una puntualización: si(a Dios gracias, es no) el consorte fuese funcionario de educación, no sería ventaja ese casamiento sino error, puesto que la duquesa se hubiera echado encima una feroz enemigo, ese "azote del profesorado" que gobierna la comunidad de Madrid.
    Un fuerte abrazo

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  2. Alguien por fin ha entendido en su exacto contexto el "miolo" de la cuestión. Por fin alguien ha pagado el elogioso tributo que el funcionario se merece y ha alabado el sentido común de la duquesa, apartándose de aquellas maledicencias que habitan en boca de todos los españoles (y españolas) según las cuales D. Alfonso X ha sido bendecido,interesadamente, por el amor. Dice D. Antonio que existe sabia e inteligente ironía en tu escrito. Y quien soy yo para contradecirle! Espléndido!

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  3. La adolescente es noble hasta allí donde la nobleza se trona villanía, pero no tonta, de ahí que no buscara maestro sino escueto funcionario de cubil administrativo cuasi indeterminado.
    Nadie conoce mejor a Esperanza que ella, no en vano la presi es también noble en grado más humilde pero no menos ruin.
    Gracias por la visita.
    Recibe un fraternal abrazo.

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  4. Del tu esclarecido entendimiento se nutre mi oscuro entretenimiento, crónica social, se llama.
    Me alegra infinitamente amigo anónimo que te haya gustado.
    Recibe un fraternal abrazo.

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  5. Me divierte mucho tu visión tan original de todo este asunto. Tú le has visto a estas alturas el plumero a todos: el querer elegir la Duquesa un Funcionario, que por la Crisis que corre, le da esa seguridad que todo ciudadano quiere, aunque sea Noble entre las Nobles... El plumero al pueblo, que endiosan a mortales con títulos y exquisitos emblemas y adornos nobiliarios para después alabar bodas y gestos al estilo plebeyo. Y al plumero de algunos que ven parafilia en el funcionario enamorado.
    Muy divertido.Como siempre, no sé si me gustan más tus ideas sobre el evento o cómo cuentas el acontecimiento como para ahondar en otras entretelas del país.
    Genial, querido amigo.

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  6. Me alegra mucho tu visita, también que te haya gustado esta crónica, en rosa ironía, de la boda de esta mujer que se diga lo que se diga es una especie en extinción. Después de ella qué, las mafias rusas, las del narcotráfico, las de las corruptelas políticas…, nada que se le pueda comparar, para tener se necesita gracia y esta señora es verdad que no la tiene, sin embargo es graciosa su majestad, luego algo tiene que tener para arrancarnos esa sonrisa estúpida de cómica complicidad.
    Gracias amiga por tus palabras llenas siempre de cariño y amistad.
    Recibe un fraternal abrazo.

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