miércoles, 21 de diciembre de 2011

LA PATITA DE AMAIUR


Amaiur despega en su regreso a las elecciones consiguiendo la nada desdeñable cifra de siete diputados, realidad que suscita el lógico recelo en el seno de la sociedad española, porque, para qué engañarnos, no son siete hombres y mujeres dispuestos a arrimar el hombro en la gobernabilidad del Estado, sino que viajan al Congreso de los Diputados con la clara intención de romperlo, de forzar su salida, en una palabra, vienen con la clara intención de recordarnos días tras día que quieren abandonarlo. Tan contradictoria escenificación es netamente consustancial con el espíritu democrático en el que, como es lógico, han de tener cabida todas las opiniones y todas las reivindicaciones que se realicen dentro de los cauces que marca el Estado de Derecho.

El independentismo vasco está de nuevo en la casa de todos para recordarnos que no quiere estar y eso ha de celebrarse en lo formal y lamentar en lo esencial, en lo que demanda el sentido común y la propia realidad de la que vienen, no en vano representan las aspiraciones de una banda terrorista que ha cometido centenares de crímenes y producido inmensos estragos materiales y morales tanto a los propios vascos como al resto de los ciudadanos de España.

Entiendo que su presencia es, por más que repugne que lo hace, indispensable en el panorama político y también dentro de las instituciones, porque sólo así podrá comenzar a visualizarse lo que esconde, lo que en definitiva representa, en una palabra, su valía política en el ámbito de la gestión de los problemas de sus ciudadanos. Porque una cosa es destruir y desestabilizar y otra gestionar y dar estabilidad.

Su credo es elemental en extremo, conseguir la independencia del País Vasco, segregación en la que cifran ellos toda esperanza de un ser que, como el bálsamo de fierabrás, sea la solución de todos los problemas de esa tierra. En esa reivindicación vuelcan todo su talento político, toda su capacidad de gobierno. Pero de todos es sabido que la permanente disconformidad conduce a la melancolía, peor aún, a la monomanía, y muy especialmente cuando detrás de ella deje de alentar la bestia sin alma de la organización terrorista que la avala y de algún modo maldito, tutela.

El día que acudan desnudos de otra voluntad que la suya, libre de esa que les convierte en ilegales dueños y señores de vidas y haciendas, se verán en la exacta medida de lo que son y de lo que representan, porque será entonces cuando serán tratados como iguales en el dispar y a menudo injusto ámbito de la gobernabilidad. Cuando se le exija que cuantifiquen en bienes tangibles su teoría patria, esa sobre la que ahora gira despreocupada su andanza política. Esa que defendería hasta un niño, con hechuras de pataleta, dispuesta siempre a hallar en el estado un elemento desestabilizador y como tal culpable de todos sus males.

Las reivindicaciones de esta formación política, como otras del mismo corte, aunque no misma calaña, son tan elementales y faltas de contenido que se tornan atractivas en la medida en que consiguen trasladar a los ciudadanos que las votan la idea de que la consecución de un supuesto derecho a decidir y una decisión independentista les redimiría de todos sus problemas. Idea que ha reforzado el mismo sistema y dentro de él el Estado, al permitirles en el juego democrático de mayorías y minorías que cobren por apoyar u oponerse a determinadas leyes o propuestas del gobierno de turno. En un acto que puede ser legal, pero que no es en absoluto legítimo, por lo que entraña de burla al fondo ideológico que dicen representar. Y lo que es peor, convierte la gobernabilidad en un acto de mercadeo, en el que prima el beneficio a la razón, el egoísmo a la generosidad que demanda la convivencia y la solidaridad a la indiferencia más absoluta hacia los demás.

Frente a ellos aplaudo sin reservas la mayoría absoluta del PP, igual que si fuese del PSOE, en la medida en que les permite tomar las decisiones que hayan de tomar en plena libertad de decisión, sin tener que verlas sometidas al peaje de partidos regionalistas. Es cierto, que ello empobrece la democracia, al privar de voz o capacidad de decisión a un importante número de ciudadanos que eligieron otra opción política. Pero como he dicho, esa premisa sólo se cumple frente a los partidos que defienden desde su particularidad una política común para todos los españoles. Es más, esos que no ponen a su apoyo otro precio que el de ver cumplidas sus exigencias ideológicas, votando en sentido positivo aquellas leyes o decisiones compatibles con el espíritu de su pensamiento político. Y no para éstos que sólo piensan en ellos, y que no dudan en apoyar decisiones de gobierno que deberían repugnarles, sin con ello consiguen un precio económico, una compensación con la que presentarse ante su pueblo como auténticos benefactores. Y así son y han sido celebrados por todos aquellos que ven en el acto un legítimo comportamiento de redención y restitución de unos bienes supuestamente arrebatados.

La mentira de la deuda histórica ha recorrido la piel de España en todas direcciones, y está, mal que nos pese, en el origen de muchos de los males que nos aquejan y que hemos de resolver. Porque nadie debe nada a nadie, sino que todos nos debemos hoy aquí y ahora a la realidad que nos ha tocado vivir, porque es así como se forma algo más importante que la historia, me refiero al día a día de los hombres y mujeres que no esperamos otra cosa que nos permitan vivir dentro de unas condiciones de dignidad y respeto. Hombres y mujeres que son patria y nación sin necesidad de vivir en la permanente obsesión de reivindicarlo de continuo, en el convencimiento de que tales sentimientos no tienen por sí mismos otro valor que aquel que en ese ámbito queramos concederles. Porque lejos de ellos el mundo se mueve bajo unas férreas directrices económicas y políticas que no entienden sino del valor que como individuos y estado atesoramos.

Esa realidad economicista no es buena, lo sé, pero la suya no es mejor, porque no está en el esfuerzo de cambiarla sino en el prehistórico afán de retomarse en el inicio de este maldito juego, en el que buscan deliberadamente confundir nación con estado, que es tanto como confundir la realidad con el sueño. Porque es el estado y no la nación quien marca el progreso y la salud democrática de una sociedad.


4 comentarios:

  1. Tan profunda reflexión merece un comentario sosegado. Por ahora, rogarte que disfrutes y hagas disfrutar a los tuyos relamiendo lo más aprovechable de la crisis. Que tengas unos días dichosos, todos ellos.

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  2. Sea así en tu casa y en tu espíritu.
    Recibe un fraternal abrazo.

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  3. Se cumple así, José Alfonso, aquel dicho de un demócrata; no estoy de acuerdo con lo que dices, pero estoy dispuesto a morir porque puedas decirlo. La democracia también aquí se hace un tanto la suicida y prueba el veneno que le da amaiur, cuya dosis en lugar de resultar mortal,debería ser una vacuna efectiva. Me llama la atención lo que dices de que es conveniente que acaricien el poder para que por fin sepan sus electores qué son capaces de hacer con él, tan sólo con la fuerza de la palabra. Y estoy de acuerdo con ello. Es lo que la democracia venía exigiendo, palabras y no tiros. Una vez comprobado que, como los demás, sus palabras superan las expectativas de los hechos, caerá por su propio peso el pedestal en que parte de la sociedad los ha colocado. Eso espero al menos, para que de nuevo sea únicamente la política la protagonista. Soy menos optimista en cuanto a que la mayoría absoluta de cualquier partido impida que los regionalismos sigan procurando los bocados más apetitosos, incardinada como está en los partidos la política del compadreo.
    Relaja la mente y disfruta del asueto, si lo tienes..

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  4. Feliz entrada en el año.
    Recibe un fraternal abrazo.

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