Arrimar el ascua a la sardina, ese es el mandato de la clase dirigente para la solidaridad en tiempos de crisis, y también para el reproche.
Ascua y sardina que son el pueblo, que somos todos. Se hace, por tanto, difícil creer que puedan existir discrepancias a la hora de prestarse a ser ascua en el esfuerzo de remediar los desajustes presupuestarios.
Misteriosa tarea que realizan sin misterio cientos de familias todos los días en función de sus gastos e ingresos. Sin embargo, cuando ese ajuste se hace necesario en el seno de la sociedad, comienza el drama, y es que se hace público lo que en la familia es privado, el hecho de que nadie quiere ser el ascua sino la sardina. Para así asarse al calor del esfuerzo y el sacrifico de los demás. Porque eso es el ascua, el fuego de la fuerza del trabajo y el sacrificio puestos a disposición de esa sardina que encarna el bien común, en una palabra, no ya el equilibrio del presupuesto sino el que éste sea posible.
La solidaridad no es, por tanto, sino cordura, la más elemental, la de la supervivencia, y es que por más que lo neguemos en una sociedad moderna e industrializada ha de haber necesariamente ascuas y sardinas en el punto donde se fragua si queremos que sea sólida y creíble, y no sólo posible.
Otra cosa son los turnos a la hora del reparto de papeles. Y otra aún más terrible los tiburones y su carnada, me temo que para éstos siempre el ascua y siempre también la sardina.