domingo, 1 de diciembre de 2013

“ETA S.A”

El terrorista no es un revolucionario sino un sicario porque la estrategia de su organización no pasa por un cambio social sino por secuestrar a la sociedad y prolongar esa situación en el tiempo. Para ese criminal equilibrio despliega una actividad netamente mafiosa y rentable, estratégicamente representada y publicitada. 
 Mientras que el revolucionario busca cambiar el sistema social y para ello necesita una acción rápida y decidida que le permita lograr su objetivo sin pudrir el ideal que lo inspira. Para el terrorista el ideario no es sino el libro de instrucciones que da a la ciudadanía para que conozca sus reglas y las respete, con el aseo, eso sí, de toda cuanta chatarra utópica e ideológica tenga a su alrededor. Pero dejando clara en su fondo intimidatorio la advertencia de que aquel que no lo siga correrá la misma suerte que sus víctimas. 
Al perverso manual añade todo la fanfarria social que es capaz reunir en la calle: agitadores, pintadas, pancartas..., publicidad de su fiereza, porque en todas busca expresarse feroz.

Y ya en el sumun de la brutalidad y como colofón a su criminal quehacer se muestra brutal en el asesinato, cuanto más cruel y más llamativo mejor. De hecho, ETA acostumbra a rematar a las víctimas que tirotea, pese a saberlas más que muertas. Ese disparo último no es para ellas, sino para la sociedad ante la que escenifica, diciéndoles en esa bala: “Veis lo que le hago pues lo mismo os haré.”

1 comentario:

  1. El miedo de tener miedo.
    “El terror del sueño que se aproxima. La muerte. La guerra. La vasta ciudad dormida, predestinada a las bombas. El rugir de los motores que se acercan. La ametralladora. Los gritos. Las casas derribadas. La muerte universal. Mi propia muerte. La muerte del mundo visto, conocido, gustado y tangible. La muerte con su ejército de miedos. No los miedos reconocidos, los miedos que se proclaman. Otros más terribles: los miedos privados de la infancia. El miedo a la zambullida desde lo alto, al perro del granjero y al caballo del vicario; el miedo a los roperos; el miedo al pasillo oscuro; el miedo a partirse la uña del dedo con el escoplo. Y detrás de ellos, el más indeciblemente horrible de todos, el archimiedo: el miedo de tener miedo. No se puede escapar. Nunca, nunca. Ni aunque uno corra hacia el confín del mundo, ni aunque uno llame a Mamá a gritos, apriete los labios, o se dé a la bebida o a las drogas. Ese miedo está entronizado en mi corazón. Siempre lo llevo conmigo.” Christopher Isherwood.

    ResponderEliminar