viernes, 12 de febrero de 2010

EL REINO Y LA TAIFA


La corona es una institución, cuando menos anacrónica, cuya existencia nos disminuye como seres humanos y humilla como ciudadanos libres e iguales en derechos y deberes. No en vano consagra la supremacía de unos sobre los otros por razón de linaje y herencia.

El mantenerla como mero elemento decorativo, como es el caso de algunos países, se me antoja triste, pues entiendo que nadie merece representar con su vida una vida que no merece representación. Pero aún lo es más consagrarla y mantenerla como elemento vertebrador de la sociedad y nexo de unión entre los distintos pueblos de España, en la medida que tal necesidad denuncia carencias esenciales en el seno de esa sociedad.
Vaya pues por delante que el rey debería abdicar no por imperativo legal sino para preservar su dignidad y la de su familia, porque, como he dicho, nadie deber verse obligado a representar un papel que nunca se debió escribir, y es que jamás hombre alguno estuvo ni estará legitimado a heredar el gobierno de ningún otro hombre o pueblo.
Sé que la estupidez de la masa puede eclipsar hasta la idiotez al individuo, y en esa deleznable medida éste se lanza a la calle y se abisma en ese alarido que saluda invariable al poder, sea este del signo que sea, y no porque lo admire sino porque lo desea. Por lo tanto, sumidos en esa vorágine puede la corona sentirse legitimada en lo legal y hasta en lo moral.
Ahora bien, su vergüenza y nuestro enojo deberían correr parejos, el de él por ser rey, el nuestro por ser vasallos. Y su necesidad, como la nuestra, debería hacernos reflexionar sobre lo que somos y lo que queremos ser. Y lo que no es menos urgente, poner de manifiesto que para criticarlo y hasta para quemar su efigie no hace falta otro coraje que someternos primero a la sana crítica y recto coraje: el de la dignidad, la justicia, la libertad y la solidaridad.
Hoy se da la lamentable paradoja que aquellos que le atacan y ponen en tela de juicio sus ancestrales privilegios, fundamentados en la sangre y la herencia, resulta que reclaman para ellos, y en nombre de la sangre y la herencia, privilegios propios de reyes de Taifas. Reyes que buscan heredar y reinar sobre sus conciudadanos sobre la base de unos derechos tan discutibles y perversos como los que legitiman al rey.
Reyezuelos de tres al cuarto claman contra la corona, pero no por lo que es, sino por lo que en la actualidad representa: la unidad, la convivencia, la solidaridad, eso a lo que ellos llaman despectivamente España, para que así nadie se sienta aludido en el avanzar sin tregua de su talante egoísta y autoritario. España es la culpa que oculta a los para ellos culpables de su culpa, a los que no son para ellos sino lastres de sus ambiciones, a los que perciben como invasores, a los que consideran dignos de ser enviados a sus respectivas tierras.
Y ante tan injusta situación, la izquierda calla cómplice, es más, aplaude como progresista esas formas y esos modos. Y lo hace, porque hoy la izquierda se nutre de hombres y mujeres de cortas revoluciones y grandes digestiones, que leen, entre pesadas sobremesas y melancólicas siestas, prensa solidaria y toleran en nombre de su comodidad lo intolerable.
Una izquierda a la que la idea de España y todos sus símbolos se le antoja banal, pero que no duda en calificar como dignos los de cualquier otro taifa exacerbado. Y que hace oídos sordos a los usos y abusos de esos que desde la pura y dura militancia se imponen día tras día a los demás, y lo que es peor, que tuercen la voluntad solidaria y el aliento que mueve a la convivencia.
Hoy por hoy el mejor favor que un republicano puede hacer a la causa es combatir a los que denostan al rey para autoproclamarse reyes, a los que buscan romper la solidaridad y la convivencia, y lo que es más grave, vulneran principios elementales para que una república merezca de verdad la alegría del pueblo que le abre gozoso sus puertas.
Reina sobre nosotros la estupidez, en unos se llama dejación, en otros fanatismo, ambos magníficos en lo crónico de su permanencia y en contraposición de un rey al que se puede jubilar desde el Estado de Derecho. Por eso yo digo, la estupidez, como la mona, lo es, se vista de tul o acrílica ropa deportiva. Se acoja bajo el paraguas de la fe, de la ideología o de la rancia tradición.
Lo malo no es la real monarquía sino la real necesidad de monarcas, caudillos, reinos y patrias.
José Romero P.Seguín.

3 comentarios:

  1. Qué conste que no es cierto que lo inútil no sea necesario, otra cosa es su verdadera utilidad.
    Un fraternal abrazo.

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  2. Sr P. Seguín:

    Usted no hace literatura,señor, usted hace filosofía. La literatura le va añadida y créame, no sé donde empieza una y donde acaba la otra, no sé quien es la reina quién la vasalla. Líbrese la monarquía de llevarse mal con usted, porque hacen más republicanos sus artículos que el costo de la casa Real, que sabe usted que es un real costo.
    Totalmente de acuerdo en que el problema no es la monarquía sino la necesidad que tenenos de que nos tutelen, nos aunen y nos argamasen; que necesitemos sostén para ser hombres libres. Y me quedo además con la velada referencia:
    "Reyes que buscan heredar y reinar sobre sus conciudadanos sobre la base de unos derechos tan discutibles y perversos como los que legitiman al rey."
    Eso sí, moldeándolos de democráticos y paripeándolos en urnas amansadas. Tengo algunos nombres y apellidos, usted me los ha recordado.
    Tendría mucho más que decir pero no sería ni por asomo mejor, así que hasta aquí conviene llegar.
    En fin, Sr P.Seguín,tenemos un fin de semana por delante para no pensar!

    Deseo que lo disfrute de la manera que usted desee, incluso componiendo..

    Saludos atentos.

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  3. Estimado amigo:
    Le agradezco el cariño de las palabras y la santa paciencia de leerse tan larga reflexión, me llena de consuelo el que lo haya hecho y que lo encuentre digno de tener en cuenta.

    Le deseo un alegre fin de semana, vestido o travestido que es fiesta está del carnaval con arraigo y prestigio en esa nuestra tierra.
    Reciba un fraternal abrazo.

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